30 de agosto de 2021

Margot

Era lógico que ahí terminara sus días. Alguien que supo brillar, reír y hacer reír, fue perdiéndose en el frenesí de la solemnidad. No se había dado cuenta, porque todo empezó de a poco, lentamente. Tan sutil fue todo que nadie se dio cuenta hasta que la situación se convirtió en irreversible.

En su juventud supo formar parte de grupos teatrales disruptivos. El teatro era su vida, sin dudas. Las performances incomodaban a madres, abuelas, cualquier persona cercana a la moral y buenas costumbres. En una de esas actuaciones que hoy serían algo cercano a un flashmob, con un grupo de personas se subieron a un vagón de subte de la línea A, luciendo ropa de los años 30, pero maquillados como zombies. Subían y bajaban en las estaciones y preguntaban si no paraban en Pasco Sur o Alberti Norte. Eso era lo menos escandaloso. Más a la noche, en los varietés, se desnudaban y emulaban orgías mezcladas con sonidos de la selva o de bocinazos de tránsito, todo dependía del ánimo y de las ganas de improvisar.

Un poco más adelante, su veta humorística empezó a despuntar y los personajes que caricaturizaban estereotipos le salían increíblemente bien. Muchas veces, iban a ver a “La Bichi”, una supuesta travesti que se autodenominaba lesbiana y tenía disforia de todo. Un poco guarra, pero con gracia, ese personaje creció en esos antros del under y tenía cierta aceptación en el mundillo teatral.

Más tarde consiguió unos bolos en tele. Había que comer, claro. Ojo: seleccionaba los papeles. A pesar de la malaria, tenía una imagen que cuidar. El gran salto fue cuando le pidieron que hiciera un reemplazo y, como pasa muchas veces, la suplencia termina siendo permanente. La escalada ascendente fue enorme. Ganó premios, fue tapa de revista, vivió escándalos mediáticos, todo. Pero su público le perdonaba cada uno de sus desmanes porque siempre les sacaba una sonrisa. Hasta ahí, todo lo esperable para cualquier artista que hace una carrera meteórica. El problema empezó después.

Una tarde, saliendo de su casa, se encontró con una persona que le hizo toda una disquisición sobre “La Bichi”: que no nos representa, que nos estereotipa, que la gente piensa que somos locas, que nos peleamos con la policía…una lista interminable de reclamos. Le dijo que no estaba haciéndola, que no sabía a qué venía todo eso, pero se quedó pensando, mientras caminaba, si todo ese reclamo no tenía algo de asidero. Al poco tiempo, con un show de despedida en un teatro no muy oneroso, pero lleno de gente, “La Bichi” se jubiló. Fin de una era.

Pasaron los años y el mundo había empezado a cambiar y sintió que muchos de sus personajes no estaban bien, al contrario: estaban mal. Pésimo. ¿Cómo podía ser que la gente se riera con ellos? Llenos de lugares comunes, clasismo, machismo y todos los -ismos que pudieran ocurrírsele a cualquiera. Los fue sacando de las tablas de a uno por vez y, si los dejaba, los personajes ya no eran tan divertidos y sus mensajes eran cada vez más politizados.

En algunas entrevistas comentó que todo eso que había hecho estaba mal, que se disculpaba si alguien se había sentido ofendido o burlado. Estaba mal, pero ahora ya eso no iba más, ahora iba a hacer las cosas bien. Lo que no divisó, cuando todo empezó a ocurrir, es que su modo de vestir había cambiado: lentamente fue dejando atrás el glamour y el brillo. Eligió colores sobrios. Su pelo luciría canas, porque el cuerpo real es esto que envejece y no toda la parafernalia estética y vacía. Cada vez que un personaje desaparecía, algo se modificaba y se desvanecía un poco más entre el tumulto de asistentes en una marcha oportuna.

Optó por recluirse en aquella quinta familiar a la que ya nadie iba, porque era lejos y había que ponerle mucha plata para que fuera un lugar habitable. Dijo que no le importaba y que así iba a estar bien. No actuó más porque encontró un montón de excusas para no volver a hacerlo. Sin habérselo propuesto, había dejado el teatro. Era la muerte en vida.  


25 de agosto de 2021

La misión

 

Lo más lindo que tenía era su vocación cristiana. Heredó su amor por Dios de sus padres, dos católicos muy devotos, criados en el camino de la fé y la esperanza de la resurrección. No eran línea opus ni de la liberación. Eran más bien de una línea pastoral de mucho servicio, de mucha abnegación hacia la comunidad.

“Solo Dios” era la frase que siempre repetía y que acompañaba al lirio del escudo del Colegio Inmaculada Concepción, escuela a la que toda la familia concurrió, prácticamente, su único hogar, a donde profesaba el deber de servir.

Quizá no lo veía como deber: el amor a Dios era tan inmenso que no encontraba otro camino que no fuera el de la hospitalidad y la ayuda a los más pobres. Esa fue la enseñanza de la fundadora, la hermana Emilia, su modelo a seguir.

Desde ya que había cumplido con los sacramentos disponibles y se había iniciado como catequista de niños de jardín. Aprendió a tocar la guitarra para acompañar las canciones de misa y enseñarle a los más pequeños la fundamental, la que daría sentido a todo: Esta es la luz de Cristo. Se emocionaba cuando llegaba el momento de caminar con el cirio por el costado de los bancos, mientras los chiquitines cargaban las canastitas con la limosna de los feligreses.

Su vida estaba ahí. Pensaba en la próxima misión a Santiago del Estero, en Boquerón los esperaban todos los años. Iban con el grupo del colegio que tan prolijamente organizaba. Juntaban ropa, alimentos, materiales y los pesos que pudieran y se iban unos días a misionar. Pasaban los meses previos fuera de hora yendo a buscar donaciones que guardaban en un galpón. Juntaban artículos de librería, porque, además, organizaban juegos para los chicos y siempre un mensaje lindo para llevar la Palabra.

Por fin llegó la fecha y allí estaban todos en la puerta del colegio, su rostro exultaba de emoción, ese año sentía que iba a ser distinto. Cargaron el micro, se abrazaron con los que quedaban y partieron a Santiago, al ritmo de “Dios estás aquí”, otras menos conocidas y la infaltable “Dulce Doncella”.

Cuando arribaron a Boquerón, notaron que el pueblito rústico que conocían estaba minado de afiches, pintadas…todo muy raro. Fue despertando a sus compañeros, desayunaron algo arriba del micro y pararon frente a la parroquia. Se veía rara, como si algo le faltaba. En efecto, faltaba el padre Ramón y nadie le había avisado. Entró hasta la sacristía y golpeó la puerta. Muy desmejorada, Rosita abrió y no quiso contestarle a dónde estaba el padre. Sólo atinó a decirle que en un ratito llegaba el curita nuevo, uno que no se parecía en nada a Ramón. Le dijo que le cuente y Rosita no quiso hablar y le dijo que fuera a ver a los Méndez.

-          ¿Y esos quiénes son?

-          Son los que van a recibir las donaciones

Levantó una ceja, le besó las manos y le dijo que se alegraba de verla. Ella le acarició la cara y le dijo: “andá con cuidado y no hagás lío”

No había llegado a salir de la parroquia cuando divisó un movimiento extraño cerca del micro y que el tono de voz de sus compañeros y choferes era otro.

Ahí estaban los Méndez y el curita nuevo. Se acercó para ver qué pasaba y notó que el ambiente estaba tenso e indagó: querían que descargaran todo ahí, que no se preocuparan, que ellos después se encargaban. Sintió que algo no estaba bien. Se persignó y para adentro le pidió perdón a Dios por prejuzgar al sacerdote y a sus amigos.      Ante la insistencia, dio la directiva de que ayudaran a descargar y se irían a instalar en la escuela que les hacía de albergue. La escuela también estaba distinta: había menos cruces y más fotos de otra gente.

No sabía que había pasado, pero algo no estaba bien y no podía preguntar mucho. Trató de hablar con Tono y con Maribel y no largaron prenda. Los chicos armaban actividades recreativas y cantaban. ¿El curita? No aparecía. Extrañó mucho a Ramón. Lo extrañó tanto, que intentó llamarlo, pero su número no existía.

Sintió que, aunque fueran más de dos hablando de Dios, Él no estaba ahí. Rezó todas las noches pidiéndole que le diera un motivo para no dejar ese esfuerzo de años. Cada día allí, algo se apagaba. Su fe se desvanecía ante cada actitud sospechosa, ante cada mirada esquiva de los vecinos que otros años los esperaban felices.

El día del regreso, fue a saludar a Rosita y le imploró que le contara qué pasaba. Rosita le apretó las manos y le dijo con la voz quebrada: “Diosito se olvidó de nosotros”.  Se dieron un beso, un hasta siempre y un que Dios te bendiga. Y esa fue la última vez que volvió a nombrarlo.

19 de agosto de 2021

Celeste, siempre celeste

Podría gastar pólvora en chimangos y asombrarme pero no: una vez más, justificaron la dominación sobre la mujer. No importa si es un medio con capacidad de transformarse o moverse en dos ambientes diferentes o si es uno de tirada masiva: siempre, lo importante, es recalcar que están del lado de la opresión.

Munidos de toda la discursiva progre-berreta, sacan a relucir que leyeron 3 o 4 artículos sobre Gramsci y alguna que otra cosa más y te hablan de contra hegemonía, cuando no están haciendo otra cosa que reafirmar los valores del mundo ya ni siquiera medieval al que aman, sino antediluviano, qué podríamos esperar, si tú me quieres blanca, no sea cosa de que el sol me queme.



Se suma a esto, y aunque en otro lado del mundo y con una suerte de inconexión, que la plataforma OnlyFans decidió que está mal pagar por ver fotos de mujeres desnudas. Leí esta noticia mientras almorzaba y recordé un momento de la serie Desperate Housewives, en el que Susan, agobiada por las deudas, comienza a hacer videos eróticos online para poder generar unos dólares. Esto ocurrió aproximadamente en 2010, en una de sus tantas temporadas. Un ama de casa, a escondidas, hace videos sugestivos para que otro los vea y pague por ello. Un intercambio comercial como cualquier otro, pero que haría poner nervioso a mas de uno. ¿Cuál es el inconveniente que alguien ofrezca imágenes de su cuerpo -o partes- a cambio de dinero? A diferencia del caso de Susan, quizá no empezó siendo esto una necesidad sino un aliciente y eso abrió la puerta para el consumo e intercambio de un intangible: el placer. Quizá, también, el ingreso por OF terminó siendo una veta, un emprendimiento, una manera de solventarse: al fin y al cabo, por algo se le llama a la prostitución la profesión más vieja del mundo, lo que cambia es el dispositivo. Ok, alguno me dirá que no es prostitución, podríamos llamarlo actividad periférica. Y está muy bien, ¿Cuál es el drama?

El cuerpo expuesto y on demand hace lo que puede a medida que todo va ocurriendo. El estallido de las redes sociales convirtió en público nuestro fuero íntimo y esas fotos que le mostrábamos sólo a nuestros amigos en una cena en casa, ahora las vamos subiendo a medida que las sacamos. Y si compartimos que estamos comiendo un helado de frutilla en una avenida cualquiera, ¿por qué no compartiríamos algo un poco más íntimo? y si el sexteo existe -y, en realidad, es bastante más viejo y larga vida a su predecesor el sexo telefónico y las hot lines-, ¿por qué no existiría alguna forma de intercambiar con dinero como paga? No veo entonces esa necesidad de ser victorianos y aducir un montón de excusas mojigatas para evitar cosas incomprobables.



Si mi cuerpo, mi decisión y este mismo lo uso para tareas de limpieza o de cuidado de adultos o niños, ¿por qué no puedo usarlo para vender una idea, una fantasía o un poco de excitación? El problema es que todo es moralina. Y la moralina pega tal vuelta irrisoria que, de este lado del mundo, unas caídas del catre, piensan que usar burka es algo absolutamente voluntario y, en el colmo de la imbecilidad, un arma de protección lasciva. Si, por si alguno piensa que miento, eso pasó y es real. Porque lo que se confunde con islamofobia es pronunciarse en contra de un régimen que, además de terrorista, ejerce un control cuasi animal por sobre el cuerpo de la mujer. Y digo cuasi porque, en realidad, los animales cuidan de sus hembras. Para el Talibán nacer mujer es pecado y sólo valen aquellas vírgenes que están en el más allá esperando a los señores que se inmolan, el resto es pura infidelidad a Allah. Que una mujer occidental, que puede vestirse como le venga en gana y que puede desvestirse frente a una cámara, enviar fotos y cobrar por ellas salga a decir que el uso de burka es algo bueno, habla mucho de como el pensamiento Talibán siempre estuvo en algunas mentes de este lado del mapa, sólo que no tenían un Only Fans que pudiera financiarlas.

18 de agosto de 2021

Ernesto, un partidazo

 

Ernesto era el hermano mayor de Silvia, mi mejor amiga del secundario. Nos conocimos ya ni sé cuándo, porque en el pueblo nos conocíamos todos desde antes de nacer, más o menos. La vida en los lugares chicos es así: nacés, crecés, te conocés con medio mundo, te casás, ni ahí te separás, tenés hijos, envejecés, morís. Es un racconto rápido, sí, pero no menos cierto.

No recuerdo exactamente cuando me hice amiga de Silvia, porque fuimos a primarios distintos, pero allá había un solo secundario y, a la larga o a la corta, todos nos mezclábamos. Alguna tarde, seguro, pasé a buscarla en bici y ahí estaba Ernesto, con su barrita de 4°año, haciéndose el rana. “El capi”, como lo llamaban los muchachos, era un chanta de aquellos. Iba al kiosko de la Elvi y siempre se iba con un Chester largo y una cajita de los Addams que venían de a dos. Era obvio que la Elvi se los regalaba, porque Alberto siempre le prometía alguna cosa que no iba a cumplir, pero ella le creía. Aunque se hacia el fan de los Chester, cuando no había un mango, bien que agarraba los Jockey cortos que había siempre en lo de Daniel. No me olvido más: el padre de Daniel siempre tenía 2 atados de cigarrillos, fumaba por la mitad uno y al rato, prendía otro.

Ernesto me parecía gracioso, pero no terminaba de encontrarle el motivo real de su gracia. Siempre agarraba la guitarra y para romper el hielo, arrancaba con “Para bailar la bamba se necesita una poca de Martha…”. Yo revoleaba los ojos, pero en el fondo me reía. Me daba risa que se esforzara por caerme bien y yo siempre pensé que era un tarado, pero ¿qué otra cosa podía hacer más que divertirme con él? En el pueblo hay una suerte de predestinación y tu familia siempre va a preferir que te cases con un boludo conocido y te quedes viviendo ahí, a que termines el secundario y te vayas. Y los noviazgos no es que empezaban a los 18, sino que a los 15 ya tenía que haber alguno dando vueltas, cosa de no volverte ligera de cascos, claro.

La cosa es que Ernesto terminó el colegio y decidió quedarse, porque el padre lo podía hacer entrar en la fábrica. ¡A Ernesto que no sabía hacer nada! Pero era así: también se heredaban los puestos y Don Arturo, su padre, era delegado sindical. Desde ya, en esa casa se respiraba peronismo y yo, mentalmente, me abrazaba a las boinas blancas o mi abuelo me mataba.

Para entonces, se venía mi fiesta de 15 y el único que más o menos me cerraba como festejante era Ernesto. Daniel me caía bárbaro, pero andaba con Mónica y quedaba feo si me metía en el medio. Años más tarde se casaron, claro.

No es muy nítido esto: un día vino con su guitarra y empezó a tocar alguno de esos temas de la época, qué se yo, “Muchacha” muy probablemente. Yo me hacía la embelesada, pero el tema me parecía horrible. A mi me gustaba Aretha Franklin, la música disco y no toda esa gansada melosa, pero le seguí el juego hasta que me propuso ser su novia y sin mucha alegría le dije “Bueno”.

Como cualquier novio que se precie, me iba a buscar al colegio tres veces por semana. Las otras dos veces no, porque yo me iba con mis abuelos y también me resultaba pesado eso de vernos seguido. A veces venía a pie, a veces pedía prestado el auto al padre, un Dodge 1500 que era una nave, según decía él. A mí me gustaba el tapizado y dar una vuelta por el centro. Así fueron los siguientes 2 años, todo serio y muy formal.

Un viernes, Ernesto me vino a buscar al colegio y me dijo, emocionado, que me quería contar algo y que era muy importante que lo escuchara, porque de eso dependía nuestro futuro. Así nomás. Me dijo “futuro” y me puse en blanco. Empezó a explicarme algo de unos amigos del padre, de un tal Chiqui, otro que era primo del Ruso y un montón de cosas que me parecían de lo más triviales hasta que de repente espetó: “Voy a ser intendente de este lugar”. “¿Intendente de qué?” le pregunté, porque como no le estaba siguiendo el relato, ni sabía qué delirio era ese. “Intendente, voy a gobernar este pueblo y vos me vas a ayudar”. Levanté una ceja, giré la cabeza y le pedí que me llevara a mi casa. Le dije que no quería verlo más, que yo en marzo me iba a estudiar y dejaba el pueblo, que no pensaba quedarme. Lo vi desarmarse en vivo pero ese plan salido de vaya una a saber donde no tenía nada que ver con mi vida. Ni él, ni el pueblo, ni nada. Desde luego, Silvia no me habló más y me hice amigas en la pensión de señoritas que habité al dejar mi casa.

Mi mamá siempre me mandaba todas las novedades por carta y en todas siempre me hacía saber las chantadas Ernesto. A poco de irme y luego de haberme tocado timbre unas 150 veces en casa, se puso a salir con Graciela, la nieta de la Elvi. Era cantado. Parece que se postuló a intendente, pero por unos tejes y manejes medio extraños, lo dejaron solo en la campaña y se le vino la noche y se tuvo que ir del pueblo.

Años más tarde, fui a pasar unas fiestas y lo vi en la plaza principal, absolutamente desmejorado. En ese instante, no pude más que imaginar lo que hubiera sido mi vida a su lado: me hubiera convertido un ama de casa pretenciosa que iba a contarles las maravillosas ideas de su marido que, aunque no logró ser intendente, se había reconvertido en el dueño de un circo grande, pero que no había tenido éxito porque le habían crecido los enanos.


NDR: relato subido para el Mundial de Escritura, junio 2021

11 de agosto de 2021

Una loba en el puerperio

Pampita baila en el caño a dos semanas de haber parido y, en una nota, aparece diciendo que ella no puede dejar de estar al aire. Una chica comenta “esto deja expuesta la realidad de las mujeres, la maternidad y el mundo laboral” ¿es acaso cierto?

Por un lado, Pampita trabaja para una productora de televisión. Como tal, debe tener un contrato y ese mismo está regulado por el convenio de trabajadores de televisión enmarcado en la Ley de Contratos de Trabajo, con lo cual, ella bien podría gozar de sus 90 días de licencia por maternidad. Desde ya, eso no es representativo de un porcentaje alto de mujeres que tienen trabajos informales o que son monotributistas y tomarse muchos días de licencia puede ir entre una merma de ingresos hasta la pérdida de trabajo. Bien sabemos: no es el caso de la modelo devenida en conductora, toda vez que es una asalariada más, no importa su cachet en este caso.



Por otro lado, la situación económica de ella tampoco es representativa. No es valorativo del lugar de procedencia de sus ingresos, sino que es objetivo: no es obligatorio que salga a trabajar porque no se queda sin pan para el día.

No es nada comparable la situación laboral de una figura del espectáculo como ella, que está en boca de todos por un motivo u otro y que cuánto lugar podría perder por estar unos meses cumpliendo con la licencia que le corresponde. Desde luego, no es obligatoria y puede no tomarla, pero ¿Qué es lo que la imposibilita?

Ahora, lo más llamativo de todo es el baile en el caño. El cuerpo comunica. No es necesario ser un eximio analista de discursos o de medios para saber que esa puesta es una reafirmación de la posición de “aunque soy madre, estoy buena”. Se amplifica con los títulos que indicaban que ella bailó ante la mirada de su marido. ¿Y su hija recién nacida? Bien, gracias.

Es probable que todo esto se vea pacato, pero no. Hay algunos puntos a destacar. Primero, la insistencia en que la puérpera tiene que estar regia. Si bien un embarazo no es sinónimo de enfermedad, durante el mismo se dan procesos fisiológicos que alteran al organismo. Pasado el parto, ocurren otros. Todo ello requiere tiempo y acomoda conforme cada individuo y cada situación. Segundo, la salud neonatal: los primeros meses, es fundamental que un niño esté con sus padres, pero sabemos que el rol de la madre -o de la madre que amamanta- en la conformación emocional del sujeto es muy importante. En tiempos de neologismos como parto y crianza respetada, apego y todo eso, es no menos llamativa la escena en la que la protagonista es la madre y no la recién llegada. Tercero y último: ¿qué mensaje es para los empleadores que una mujer que bien podría estar en su casa esté trabajando? Así como se viralizó que, si hasta a Pampita la engañaron, a cualquiera le podía pasar, ¿cómo no podría viralizarse que si ella recién parida estaba colgándose de un caño en el prime time de la tv, vos podrías estar trabajando? En tiempos de luchas discursivas que devienen en bizantinas por el intento de adquirir un período mayor de licencia por maternidad, este es un mensaje contraproducente. No veo que su no poder dejar el trabajo sea el mismo que el de una persona que vive de changas. Ni tampoco se les parece a los temores de aquellas que vuelven a su trabajo y no saben con qué se encontrarán.

O estamos siendo testigos de la explotación a la que está siendo sometida Carolina Ardohain o estamos frente a personas que sólo necesitan reafirmar su narcisismo dañado y necesitan demostrar(se) que están bien, que pueden con todo, que pueden ser madre, trabajadora, esposa y estar perfecta, es decir, lo que representa a un 0% de la población.