14 de febrero de 2012

Se trata de blancas (y de otros colores)


Usted, tal vez, sea un consumidor de sexo pago. Lógicamente, ni a ella ni a usted le interesa algo de sus respectivas vidas. Usted, tal vez, esté a punto de tener sexo con una chica que puede ser su hija, hermana y hasta nieta. No será su nieta/hija/hermana, pero hay abuelos, padres y hermanos buscandola. Amigos desesperados.
A usted esta chica solo le interesa para un fin psicofisiológico. A esta chica, usted no le interesa. Y a usted no le interesa que, probablemente, esa chica esté en ese tugurio por obra y desgracia de una red de trata. ¿Su dinero no vale?
Pues la vida (útil) de esta chica vale unos 15mil pesos. Mas/menos, es lo que está en el mercado una mercancía de costo cero. Si usted sabe o entiende de economía, comprende que es barato tener un “pute”: marcás a una piba, la cargás en un auto y ahí empezás a ganar.
Si usted es abogado, comprende que esa chica está siendo sometida a privación ilegítima de la libertad, trabajo esclavo, etc etc. Y sabe, perfectamente, que está siendo cómplice del delito, aunque no sea parte de la “sociedad” que maneja el prostíbulo. Pero usted va y paga el servicio, como quien compra chupetines en un kiosko.
Si usted es viajante, sabe que esa chica también es un ave de paso. La puede encontrar en diferentes provincias, si retuviera la imagen de su rostro.
Tenga la profesión u oficio que tenga, conoce que es la trata. Pero a usted no le va ni le viene. Lo suyo es ir, hacer valer su dinero devaluando la vida de una chica que está presa. Presa y esclavizada. Cuya única culpa es ser mujer. Algunas, incluso, habrán llegado vírgenes. Otras no, porque tienen hijos. Y otras, tienen hijos en cautiverio y nadie hace nada. Usted tampoco. La diferencia entre esa chica y una muñeca inflable es la sensación de tocar carne. De algo de calor humano. Mírela a la cara. Tenga coraje y mírela mientras la ultraja. Saque esa cara de “placer” infame que siente y mírela mientras agita su cuerpo y jadea como un cerdo.
Así, al menos, ella puede reconocer –dentro de su vulnerable estado- quienes son los que, concientemente, avalan el ocaso de la juventud de una mujer que, alguna vez, tuvo algún sueño más que escapar.