28 de mayo de 2012

El cambio climático, la diabetes y las importaciones


Cuando era chica odiaba las botas de lluvia. Me daba mucha amargura cuando tenía que usarlas. Creo que la última vez que me calcé un par tenía unos 12 años y vivía en San Clemente, en una casa que quedaba en calle de tierra. Ir al colegio caminando en días lluviosos era bastante engorroso porque el barro que se formaba empapaba los pies y permanecía toda la jornada escolar ahí, intacto, en los zapatos canadienses marrones. Por eso usábamos incómodas, pero prácticas, botas Pampero azul marino.
En mis años de sanclementina, me diagnosticaron diabetes. Diabetes tipo I dicen los estándares  internacionales. Tenía 10, me internaron un buen día y de ahí, como en La Costa no había especialistas, comencé a atenderme en La Plata, en el Hospital Sor María Ludovica. A los 16 me dijeron que ya estaba grande para ir y me dieron el alta, recomendándome (por cuestiones prácticas) que siguiera el tratamiento en el Hospital de Clínicas de Capital.
Pasaron dos años y dejé La Costa para venir a estudiar y tener mejor acceso a médicos en Buenos Aires. Y Buenos Aires, con sus luces y belleza urbana, comenzó a volverse casi tropical. La llamo “La tropical Buenos Aires” porque cada tormenta se asemeja a los tifones que transmite CNN en español. Viento, lluvia, mucho más que las sudestadas costeras que reventaron los muelles de Santa Teresita y San Clemente por el noventaytanto.
Entre tormenta y tormenta, decidí comprarme un par de botas de lluvia. Estropeé muchos pares de zapatos en estos últimos meses debido a las lluvias copiosas que cayeron sobre la ciudad. Pero, esta vez, pensé: me voy a comprar unas botas “con onda”. El invierno anterior, las vi con diversos estampados: floreadas, jaspeadas, con rombos…bellas, todas bellas botas y, por sobre todo, modernas y de colores.
Emprendí una búsqueda que, imaginé, iba a ser simple. Los primeros lugares que ví tenían la medida justa de la caña, pero estampados que no me resultaban atractivos. La mayoría, animal print. No, el animal print no va conmigo.
Caminé y caminé zapaterías…en algunas, estaban las mismas que deseché en anteriores y, en otras dí con unas muy bonitas marca Calfor. Caña bien alta, suela antideslizante…eran perfectas.
Eran…realmente lo fueron hasta que me las probé. Por esas cosas que trae un poco el sobrepeso y otro poco la genética, tengo unas pantorrillas muy anchas. Más anchas que la de muchos hombres que conozco, por ende, si la bota de potro no es pa’ cualquiera, las botas de lluvia no son para mí.
Seguí, medio cabizbaja, buscando la bota de la Cenicienta y aunque mis piernas son más parecidas a las de las hermanastras, esto se transformó en la búsqueda del zapatito de cristal.
Me pasé días caminando y viendo zapaterías por Cabildo. Olivos, internet. No consigo las botas para mis pies.
En mi manotazo más reciente, entré en una zapatería que está en Belgrano hace muchísimos años. Charlando con el vendedor, le cuento mis desavenencias en la búsqueda del bendito par de botas. Ellos también tenían animal print. Y alegué contra ello. La explicación que me dio el sujeto fue la siguiente: “las botas son, en realidad, de goma transparente. Lo que les da el estampado, es una media que se pega en ellas, por dentro y se trae de Italia.” Aaaaahh, dije. No solo no encuentro las que me quepan bien, sino que no hay estampados porque o solo dejan entrar “finos” modelos de leopardo o cebra o es el remanente que les quedó a los fabricantes.
No conforme con eso, el vendedor agregó: “La fábrica Calfor estuvo cerrada 3 meses porque se le había roto una inyectora mecánica que se trae de Italia y no se la dejaban entrar al país. Como el dueño amagó con cerrar y dejar gente en la calle, a los 3 meses apareció el repuesto”. Ah bueno, macanudo. Ahora sí hay Calfor, muchas y muy lindas. Pero no hay de otras marcas.
Cada tormenta es un fastidio. Tengo que salir bien cubierta porque mi bomba de insulina, la que tengo hace 3 años, puede mojarse y estropearse. Y no es broma, es un adminículo muy caro que las obras sociales se resisten a otorgar aunque sea en pos de la buena salud de un paciente. La bomba se usa hace muchos años: Ha cambiado de forma, color y hasta función de acuerdo a los avances científicos. No todos los pacientes son pasibles de usarla: ni a todos les convence la idea, ni todos los médicos lo ven como algo imperioso. En mi caso, todo vino por una necesidad de cambio: las enfermedades crónicas son un montaña rusa, te vas cansando de una cosa, querés otra. A veces estás estable, otras veces no. Y la bomba forma parte de eso: de una necesidad de estar mejor, ayudada por ese aparatito.
La adquirí luego de presentar una gran cantidad de papeles en mi obra social, justificando el pedido de tamaño gasto. 90 y pico días después de haber llevado todo me informaron que estaba aprobada y que me la entregarían. Me explicaron que, cada 3 meses, tengo que presentar otro tanto de papeles para que me dieran los insumos, que son descartables y se cambian cada 3-4 días. Hasta el día de la fecha, no tuve inconveniente alguno con la reposición de los mismos. Pero hete aquí que la semana pasada leo por dos fuentes diferentes (Diario La Nación y Revista Fortuna) que la Liga Argentina de Protección al Diabético (LAPDI) denunció que, por las trabas a las importaciones, no están llegando de manera debida los insumos necesarios para los usuarios de bomba.  Por “insumos necesarios” hablo de reservorios-cartuchos donde se deposita la insulina a utilizar- y sets de infusión, a los que llamamos catéteres, que sirven para enviar la insulina desde el aparatito hacia el cuerpo.
Y no es algo que me puedo tomar a la ligera: no me están indicando que en vez de tomar Amoxicilina de Roemmers use la Richet, sino que, para reemplazar los insumos, tengo que volver a las viejas jeringas. ¡Y no solo eso! Tendría que solicitar otra insulina más, ya que la terapia con infusores solo requiere de un solo tipo de insulina (aspártica o lispro o glulisina, depende el laboratorio) y las terapias tradicionales cuentan con, al menos, dos tipos diferentes de dicha medicación. Es decir: que, eventualmente, me falten estos elementos - ya básicos para mí- es un trastorno mayor del que parece ya que estos no son reemplazables por otras marcas y no se producen en Argentina. Además del malestar emocional que produce en un paciente crónico la posibilidad de tener que mandar al tacho el tratamiento quién sabe por cuánto tiempo y por decisiones políticas poco felices.
Puedo prescindir perfectamente de un par de botas de lluvia. Aunque las considero muy útiles, realmente, me las puedo arreglar sin ellas no así con los insumos.
Lo mejor de esto es que, vuelta y vuelta por Olivos, encontré un par de botas Calfor de media caña, perfectas para mis pies. Claro que las compré. Ahora tengo asegurados pies secos pero la incertidumbre de un tratamiento eficaz.