1 de diciembre de 2020

El futuro ya llegó

 


Sinceramente, no leí a Orwell. A esta altura, no lo creo necesario. El futuro ya llegó y es peor de lo que pensábamos. Nos hicieron creer que veríamos autos volando y sólo veo carpetazos.

Si jugáramos al “Yo nunca” terminaríamos borrachos. Porque, a lo largo de nuestra vida, decimos cosas, pensamos cosas, modificamos, nos desdecimos, volvemos a pensar y también, lastimamos. En medio de todo eso, crecemos. Y el mundo cambia y los tiempos también.

Twitter es una red social como otras. La particularidad que tiene es el uso de la palabra. En el principio, sólo había 140 caracteres y, con ello, teníamos que arreglarnos para plasmar una idea. La que fuera. También, claro, fue una red social que medía el opinómetro popular. Políticos, medios de comunicación, empezaron a ver qué pasaba en los millones de usuarios a nivel mundial. Qué era TT (trending topic, aka tendencia) tal día. Años atrás, los recién llegados, usábamos avatares fakes o el famoso huevo. Por las dudas, qué se yo. Algunos se animaron a twittear con nombre y apellido, qué valientes. Usábamos el hashtag #FF (Follow Friday) para recomendar cuentas, otros tiempos. En esos otros tiempos, nos reíamos de todo. Literalmente, de todo. Era la red más políticamente incorrecta e irónica. Para muchos de nosotros, fue un lugar a dónde depositar quejas, sarcasmo, insultos, chistes negros, verdes, multicolores. Un lugar a donde ser cancheros, por qué no. Twitter nos conectó a los ignotos con periodistas, farándula, políticos. En cierta forma, emparejaba. Bueno, teníamos a nuestras estrellas, los Twittstars, claro. Esos de miles de seguidores y que, quizá, te largaban un fav que, entonces, ya era una cucarda.

Un buen día, Jack permitió que subiéramos fotos. Otro, amplió a 280 caracteres. Más adelante, permitió los hilos. Fueron mejoras y actualizaciones a la red y, a muchos, nos encantó. Twitter empezó a ser una red con texto e imagen, pero que no se parecía ni a Facebook ni a la emergente Instagram. Así y todo, los políticos se desvivían por tener presencia y, no menos cierto, trajeron a los trolls para crear opinión, generar ruido, etc etc. Twitter, sin dudas, es una red política. Algunos lo entendieron muy bien y otros, se sientan a llorar tweets por ello. Váyase a Facebook, como respuesta a todo.

En medio de los usos y costumbres, el idioma inventado y todo eso, vinieron los carpetazos. Porque la corrección política no podía quedar afuera de una red netamente discursiva. Podemos dejar, aparte, que todo es discurso, pero me refiero a la escritura. Es terrorífico lo que pasó con Los Pumas y el velorio de Maradona.

Hace unos días, en chiste, comenté que velamos a las instituciones de Argentina el 19 y 20 de diciembre del 2001, en la Casa Rosada. El sepelio del astro, en el mismo lugar, casi 20 años después, marcó no sólo el fin de una época deportiva sino la despedida a la libertad de pensamiento. Si bien es cierto que, en este país, se condenaba a quiénes no lucían divisa punzó en una época y crespón negro en otra, lo que pasó con la lupa sobre la despedida a Maradona es digno de estudio. La escuela argentina de catadores de duelos salió con su doble vara a medir con pluviómetro las lágrimas derramadas. De ahí se entiende el papelón de Iudica: al final, nos reímos de él, pero fue astuto.

Los Pumas no hicieron parafernalia luego del haka que los All Blacks le dedicaran al 10 del fútbol y, las mismas personas que salían a cazar machirulos, desplegaron toda su neurosis en la búsqueda incansable de algo para estropear la imagen pública de esta manga de chetos malagradecidos. Y lo encontraron, claro. Pero no es que encontraron tweets sobre Maradona, sino comentarios -algunos graciosos, otros muy cuestionables- que hicieron ¡hace 8 años! Uno de esos jugadores tenía 17 años. Es muy gracioso como si un adolescente roba y/o mata, tenemos que comprenderlo porque es menor, porque está segregado del sistema y toda la pirinola pero no podemos ajustarnos a que los comentarios del capitán Puma sean dignos de un adolescente tonto, que dijo cosas y bueno, las dijo. En un tiempo y un contexto determinado.

La policía del pensamiento, entonces, salió a escrachar. Como pasa con muchos escraches, se vuelve en contra. Porque aun no encuentro el modo por el cual todo esto salpicó a Migue Granados. Escrachar sin tener la conciencia limpia es un boomerang que vuelve y pega fuerte. Sacando este desvío, lo sorprendente es la actitud de la UAR. Le retiraron la cinta de capitán a Matera por no representar los valores deportivos del rugby. Rarísimo. La cinta se gana, justamente, porque los representás no sólo en la cancha, sino afuera. A nadie se le otorga la banda si no la merece. Y no se le retira la banda por comentarios sacados de contexto y, maxime, de 8 años de antigüedad. Además de desmedida, la reacción de la UAR sienta un pésimo precedente para las demás instituciones deportivas. Ya ni es guarda con lo que decís, sino con lo que dijiste. A borrar tweets que se acaba tu mundo. Me parece mucho más condenable lo que le están haciendo a los rugbiers que los comentarios peyorativos que pudieron hacer. Básicamente, porque todo parte de algo que es mucho más íntimo que una parva de tweets: el sentir. Se los está condenando y carneando públicamente por no haber participado, a la vista de todos, del llanto popular. Se vio una hilera de hombres abrazados, respetuosos, mirando la ceremonia del rival, con la camiseta en el pasto. ¿Qué más tenían que hacer? Desconozco y no me interesan los argumentos que pudieran tener para no hacer nada más. Estuvieron correctos y ya. Muchos de los que repiten, a lo bobo, que las ideas no se matan, salieron con el cuchillo entre los dientes a usar el buscador de Twitter para encontrar por dónde caerle a los chetos irredentos. Tanto que arman seminarios sobre el odio, fueron a buscarles la falla porque los detestan. Y todo lo escudan en que es una reacción posterior a una acción. O sea: justifican la violencia. Porque lo que pasó es violento.

En otro lado del mapa, a Cavani lo denunciaron por usar una expresión popular. Se tuvo que disculpar.

El sentimiento que genera esto es el de “mejor no hablar a ver si ofendo”. Se le parece a la situación de las mujeres que viven con un violento, que no dicen nada para no hacerlos enojar y, cuando les pegan, se disculpan por haberlos provocado. Si, es psicopático lo que está pasando y, si bien comencé diciendo que el futuro ya llegó, siguiendo con el tópico musical, veo al futuro repetir el pasado. Entonces, no progresamos nada y estamos en un loop, como en Dark, entrando a un túnel en 2020 y saliendo en los 80. Y volvemos a entrar y salimos en los 50 y así, hasta que los viajeros del tiempo decidan cortar el sufrimiento.

El futuro ya llegó, pero mejor le voy a decir que vuelva por donde vino. *meme del ratoncito que entra/ratoncito que sale*

23 de agosto de 2020

Con permisito, dijo Monchito

 

El caso de Solange se hizo visible por los pedidos desesperados de su padre en las redes sociales pero, seamos realistas, ¿cuántos se nos pasan de largo, simplemente, porque es algo inabarcable?

No estamos frente a una pandemia única en la historia del mundo. Ni estamos frente a una pandemia única en los tiempos de internet. Ni estamos frente a una pandemia que arrasa con todo. Estamos frente a una pandemia como otras pandemias que ocurrieron en la historia de la humanidad y que, incluso, las anteriores fueron más letales por ausencia de conocimientos médicos o desarrollo científico al respecto. A diferencia de la Peste Negra, no sólo mueren en soledad quiénes padecen esta enfermedad, sino que también lo hacen quiénes no la padecen.

Nuestros gobernantes y encargados del sistema de salud entraron en un estado de locura que sí es único en nuestros tiempos. Ni en lo que gustan llamar como “los años más oscuros de nuestra historia” la gente tenía prohibido ver a un familiar muriente. Y aunque parezca exagerada la comparación, creo que es adecuada.

Gobernantes, personal de salud y fanáticos varios se han arrogado la capacidad de darnos el permiso para morir acompañados o no. El decreto 260/20 es una aberración ya no en términos jurídicos sino humanitarios. Tenemos que pedir permiso para circular hasta de a pie dentro de la ciudad, por ejemplo. Pero no sería tanto el problema acá sino entre las personas que tienen que ingresar de un municipio a otro o de una provincia a la otra.

Muchos días antes de que lo de Solange tomara estado público, se habían viralizado otras historias de gente intentando llegar a otras provincias o ciudades para ir a consultas médicas. De terror. Se la pasaron diciendo que nos están cuidando y no podemos llegar al médico sin demorarnos quién sabe cuánto en un retén policial. Parece increíble, pero es real. Estamos frente a un estado que ya no es más de derecho sino policial y a merced de lo que los sheriffs locales decidan. Un ejemplo mediático fue el de Goldie Legrand:  Mirtha, que ya pasa los 90 años, no pudo ir a despedirla cuando falleció. ¿Qué más le podés quitar a una nonagenaria que está aislada de su familia? Y así como el de ella, hay muchísimos ejemplos muy tristes de gente que contó que se despidió de familiares al ingresarlos a las clínicas. Mucho más cruel que en la época de la peste bubónica, porque entonces no se sabían muchas cosas al respecto ni existían las medidas preventivas. Y hay un factor que empeora la situación y es el aval de la gente que acusa falta de pericia a la hora de moverse para acompañar a un familiar. Con poco tacto y cero tino, la médica mediática Mariana Lestelle contó que ella contactó a gente con poder para facilitarles a otros permisos para ver a familiares en otros lugares. Interesante. La ley, nuevamente, no es pareja para todos. Por otro lado, ¿hay ley?

Asimismo, la abogada con pergaminos traídos de Yale, Natalia Volosín, salió a decir que deberíamos regular esto. Que cómo podía ser que no reguláramos las visitas a familiares. Hermoso. Ahora necesitamos regular un acto normal como acompañar a nuestros enfermos, despedirnos de ellos, lo que sea que vayamos a hacer. Para redoblar la apuesta, el actor Raul Rizzo dijo que la chica podía ver al padre por whatsapp.

Definitivamente, el problema es que estamos en manos de siniestros que han decidido que debemos pedirles permiso para todo, incluido el de morir acompañados.

Cuando salió la ley Justina, un sector salió a decir, con mucho criterio, que el Estado no podía decidir sobre nuestros cuerpos aun cuando ya no tenemos decisión sobre ellos. Y muchos se enojaron y dijeron que era por el bien común, que las listas de eterna espera del INCUCAI lo requerían, etc, etc. Traigo esto a colación, porque hay un hilo conductor que nos acompaña como sociedad y es la de tender a regular actividades que son personalísimas y que responden a los valores de cada uno como individuo. Lo mismo con el intento de obligar a cada convaleciente de Covid a donar plasma. La justificación de los que acordaban era por la necesidad imperiosa de tener plasma para curar enfermos y “porque estamos en pandemia”. Por ahí, pocos reparan en esto, pero primero una ley toma nuestros tejidos después de muertos y otra, avala la toma casi compulsiva de nuestro tejido sanguíneo, in vivo -NdR: esta es una redundancia necesaria-. ¿Y qué tiene que ver esto con responder al pedido de una persona de ver a su padre antes de morirse? A que eso también corresponde a la salud pública. En nombre de la salud pública, del bien común, de la pandemia y de las necesidades, el Estado avanza lentamente sobre nuestros cuerpos, sobre nuestras decisiones. Darle un buen morir a los pacientes también es salud pública, pero de eso no se habla y todo se confunde porque hay una línea -que parece una asociación caprichosa- pero va hacia el punto de regular cada una de nuestras pequeñas acciones cotidianas con el fin de cuidarnos. Estos discursos son extremadamente peligrosos porque calan profundo en los asustados, en los que no quieren morir, en los que tienen a un familiar enfermo. Hay una delgada línea entre lo que está bien hacer por cuidar la salud pública y lo que está cada día restringiéndonos más, por un supuesto estado de excepción que no se termina nunca ni parece terminar. Estamos a poco de pedir permiso para morir pero en soledad, porque aun no está regulada la compañía.  

 

27 de mayo de 2020

Pucha, otro turno cancelado.


En febrero me di cuenta de que mis anteojos me estaban molestando. Hace más de 20 años uso por la miopía que a veces me aqueja y la pizca de astigmatismo que es incómoda para fijar la vista. No es gran cosa, no soy Mr. Magoo pero paso muchas horas leyendo o frente a una pantalla y bueno, los necesito y con las dioptrías correspondientes. “Seguro necesito bifocales”, sentencié y me saqué un turno con la oftalmóloga para marzo. Alrededor del 25, tenía que asistir a la consulta para resolver este asunto. Nunca llegué porque se decretó el aislamiento social obligatorio y los centros de salud, un poco para frenar la pandemia y otro poco para prepararse, abocaron toda su actividad a urgencias o al tratamiento del corona virus. Pucha.
No importa, me saco otro turno para abril. Cercano a la fecha, otro mail de la clínica me informa que me cancelaban por motivos de sanidad y etc etc. Pero la pucha.
Pensando que alguno de nuestros gobernantes entendería que casi cualquier atención en salud es esencial y con espíritu positivo, me saqué otro turno que era para este jueves. Adivinen: puchas por 3.
Es muy difícil escribir estas líneas sin tomar partido, sin enojarme, sin hacerme carne y sin preocuparme. A mí y a más de 40 millones de personas nos dijeron que están cuidando nuestra vida. Discúlpenme, además de que he aprendido a cuidarme sola, me están descuidando a mí y no sé si a los 40 y pico de millones, pero seguro que a 20 sí.
Estar vivos no es algo que le debamos a ningún mandatario. No se lo debemos ni a gobernadores ni a presidentes ni a ministros. De acuerdo a lo que crea cada uno, estamos vivos gracias a alguna divinidad o a la ciencia o a la naturaleza, pero los esfuerzos por mantenerse sano y en pie, en estos momentos, empiezan a ser cada vez más grandes. En lo que van de estos dos largos meses, suspendí turnos médicos que son de controles periódicos y que hablan de cuan cuidadosa soy con mi cuerpo. Así como yo, muchísimas personas también y, por si poco fuera, estamos a la deriva.
Estamos a la deriva los pacientes crónicos que no podemos hacer visitas con nuestros médicos de cabecera, que nos toman la presión, nos pesan, nos palpan, nos auscultan, nos semblantean, nos miran a los ojos y nos ajustan las clavijas o, simplemente, nos escuchan las nanas de vivir toda la vida con algunas enfermedades no muy simpáticas pero bueno, es lo que tocó. En la categoría de pacientes crónicos, puedo enumerar a las patologías más grandes y más populosas y a las más raras, pero no todo se soluciona tomando una medicación y, mucho menos, con una consulta a distancia.
La medicina es un arte, una disciplina, un modo de trabajar que requiere del cuerpo a cuerpo, básicamente, porque aun habiendo muchísima tecnología, no se desarrolló algo que pueda reemplazar a la soberanía de la clínica. Y menos mal.
Al principio de este encierro, escuchamos hablar a los epidemiólogos pero, por algún motivo, han vuelto a sus sarcófagos y no se los vio más. Entonces, sacaron a relucir a algunos infectólogos que, probablemente, sean muy buenos en lo suyo pero muy malos en el resto.
Hace muchos años, una profesora especialista en medicina transfusional nos dijo: “los médicos somos cachitólogos”. La torda tenía razón en ese entonces y sus palabras, en este momento, cobran más fuerza que nunca. Hablan desde el ranchito que les toca cuidar, olvidando que el cuerpo humano es un rancherío enorme y que cuando uno se cae, se vienen todos en banda.
No paro de ver galenos infundiendo pánico. Insisten con que nos quedemos en nuestras casas para que no nos mate el Covid. Disculpeme, eminencia, pero charlemos de epidemiología un poco. Si, qué irreverente, no soy más que una alumna con expectativas pero charlemos. Desde ya, usted está cobrando un sueldo y gran parte de las personas que lo están escuchando no, tenga un poco de respeto.
Nos dijeron que teníamos que quedarnos en casa para preparar al sistema de salud ante un potencial estallido viral y una inminente saturación y a todos nos pareció razonable porque vivimos en Argentina, entonces hicimos caso y bueno, es un esfuerzo, todo esto pasará. Pero cada quince días se renueva la desilusión y empieza a volverse una paradoja lo del cuidar el sistema de salud y la vida. ¿Nosotros los enfermos tenemos que cuidar al sistema de salud? ¿O el sistema de salud está para cuidarnos a nosotros? No, claro, los sanos deben. Bueno…¿pero acaso los sanos no están enfermando?
Esto tiene tantas aristas que espero no empantanarme y deseo que me puedan seguir. Los medios de comunicación hablan el 80% del día del corona virus. Notas y notas enteras, con cronistas en la calle, buscando porqué la gente sale, porqué esto, porqué el otro. Loas a los mandatarios que insisten en un encierro sin un plan más que mantenernos encerrados y bueno, es lo que hay. Se habla de la economía que se cae a pedazos, pero ¿cómo vas a ponderar la economía por sobre la vida?.  Salen médicos reforzando los mensajes de pánico y locura. Hasta hace dos meses, la discusión era que la palabra del médico no tenía casi valor y, de golpe, pululan por los paneles mediáticos, un montón de personas que sólo comunican el mensaje oficial, sin hablar de temas vitales como la cantidad de personas que quedamos pedaleando en el aire con todos nuestros tratamientos porque un decreto que se impuso por sobre la Constitución, dice que nos quedemos en casa. “No, bueno, pero hay teleconsultas”. I beg you pardon? “bueno, pero los centros de salud siguen funcionando”…si y no. Funcionan para lo mínimo e indispensable. Y en este caso, es bien válido preguntar ¿No es lo mínimo e indispensable una persona que llega a una consulta con un bloqueo de rama de 3er grado que cuando es derivado a la consulta con el cardiólogo se topa que no están atendiendo? (Nota: es un cuadro que debe ser tratado a la brevedad porque sí, es cuestión de vida o muerte) ¿Qué es lo mínimo e indispensable en salud?
El año pasado fallecieron 35 mil personas por neumonía y gripe. Hace años las vacunas son obligatorias y gratuitas para los grupos más vulnerables y toda esa gente se murió. Más los miles de fallecidos por enfermedad cardiovascular. Y vale aclarar: las enfermedades cardiovasculares pueden ser primarias o secundarias a otra enfermedad, es decir, consecuencia de otra, como la diabetes. ¿Saben, acaso, cuál es la tasa de obesidad? ¿Y la cantidad de hipertensos? Para un montón de pacientes, no poder realizar actividad física ni asistir al médico es un retroceso en su tratamiento. Sin embargo, nos dicen que nos están cuidando mientras leo que hay pacientes oncológicos a la espera de autorizaciones de radio o quimioterapia, pacientes con patologías neurológicas que no reciben rehabilitación porque no todos los profesionales están habilitados o no pueden ir a domicilio o no los paga el servicio de salud, pacientes que no pueden realizarse estudios de control y seguimiento de patologías ya detectadas, cirugías suspendidas, gente que teme ir a un centro de salud por miedo al contagio (gracias por la misofobia que crearon, genios), obras sociales y prepagas que aprovechan la volada para reducir prestaciones, sanatorios que pagan menos sueldo al personal, personal que –siendo “esencial”- no obtiene el permiso de la app de control que instauraron…y por si poco fuera, ¡pucha! lo hacen enojar al presidente cuando le preguntan por la gente angustiada que no cobra un peso hace 69 días.
Esto va para los infectovedettes y para el presidente enojado: ¿Saben ustedes como van a aumentar las tasas de morbilidad asociadas al encierro y al desempleo? Y si no lo saben, voy a refritar algo que ya dije.
El encierro sin horizonte cercano nos enfrenta con nuestra psiquis. Suponiendo que estamos en una casa confortable, con todos los servicios y hasta cobrando un sueldo, la incertidumbre es la madre de la angustia. La angustia se manifiesta de maneras diferentes. Es una pata de elefante que te pisa el pecho y te quita el aire. Pero dejemos a un lado la angustia: también aparecen la depresión, los ataques de pánico, el estrés, los suicidios, los trastornos de la alimentación, el aumento de consumo de sustancias tóxicas, de psicofármacos. En lo que a salud mental respecta, habría que abrir un nuevo tomo de DSM destinado a las consecuencias que traera el encierro este. Y supongamos que uno no cae en ningún diagnóstico de estos, pero trabajamos en casa, lugar que no estaba destinado para lo laboral. Hicimos, como pudimos, un rincón a donde asentar una computadora o Tablet. Nuestra columna, agradecida. Y nuestras extremidades, también. Nos entumecemos un poco, nos levantamos, cocinamos algo bien pesado y seguimos trabajando. Bueno, a vos no te va tan mal, gordito…o quizá te empiece a ir mal por el sedentarismo, el sobrepeso que avanza…y de nuevo te bajonéas, estás encerrado y no podés ventilarte. Y te fumás uno, dos o tres puchos. Pero no seas trolo, man, ¿Cómo te vas a angustiar? ¿No ves que te están cuidando?
Y no, no veo nada porque llevo un rato largo frente a la computadora y no me pude hacer anteojos nuevos.


10 de enero de 2020

Cuestión de Precio


La inflación genera inestabilidad económica y nos convierte en un país poco confiable incluso para nosotros, los habitantes. Acostumbrados a tener una importante intervención estatal en el mercado, pedimos a gritos que se controlen los precios y, por ello, durante la presidencia de Cristina Fernandez, surgió el programa Precios Cuidados. A priori, sonaba interesante en un contexto inflacionario que parecía no tener fin. Y, al día de la fecha, no lo tuvo.
Precios Cuidados, que luego se llamó Precios Esenciales para volver a su nombre original, pues vivimos en Macondo, fue y es un fracaso. Inicialmente, porque por más intervención estatal, convenios con el empresariado y mar en coche, los precios del programa van aumentando, los productos no se encuentran en góndola, bajan la calidad de los productos, los suplantan por otros aun peores…y el listado no contempló, nunca, una dieta balanceada. ¿Por qué? Porque nunca convocaron, a las mesas de acuerdos, a profesionales de la salud. Porque la tendencia sólo fue a contener la sensación constante de la vuelta de la hiper inflación pero, con lo que no contaron los cráneos, es la hiperinflación en materia de enfermedades no transmisibles relacionadas con los malos hábitos alimenticios.
Según la 4ta Encuesta Nacional de Factores de Riesgo, realizada por la entonces Secretaría de Salud y el INDEC, el 61% de los argentinos tiene sobre peso, de los cuales el 25% padece obesidad. El número es cuanto menos, alarmante. La obesidad es una patología multifactorial que, además, tiene muchas comorbilidades que no sólo afectan a la vida cotidiana del paciente sino que, en una visión macro, hasta es perjudicial para el sistema de salud.
No se es obeso por  “no saber cerrar la boca” pero la calidad de los alimentos ingeridos tiene incidencia directa. Las abuelas decían que no confundamos gordura con hinchazón y esa frase se aplica a todo lo relativo a este artículo: primero, no es un manifiesto contra los obesos. Segundo: confunden comer con alimentar, quienes ingenian los programas de precios.
Si revisamos las listas de alimentos y nos ponemos taxativos, son alimentos porque están nomenclados en el código, pero ¿qué aporte nutricional tienen? ¿Podemos decir que las bebidas alcohólicas tienen un aporte nutricional aparte de las 7 kCal/g vacías que tienen? Porque una cosa es contar calorías y otra es estar teniendo una nutrición saludable. Por caso, un alfajor aporta unas 200 kCal y uno podría comerse 10 al día y obtener las 2000 diarias y ya. Pero no, no pasa por ahí. Aprender a alimentarse no es fácil, menos en los tiempos que corren, con los precios que convierten en prohibitivos a productos como el pescado (¡en Argentina!), pero si el actual gobierno vino con la promesa de llenar la heladera y los bolsillos, habría que preguntarse con qué pensaban llenar la heladera y llenarle los bolsillos a quién y acá entra la cuestión la bebida que todos queremos tener en nuestra mesa y que nos copó hasta la Navidad vistiendo a Papá Noel de rojo y blanco, como si fuera de Independiente, déjenme pensar eso.
Siento vergüenza ajena de haber leído y escuchado a periodistas, sociólogos, políticos y otros mercachifles quienes, haciendo un contorsionismo ideológico digno de ser presentado en el Circo Rodas, explicaban que no se entendía el enojo por la aparición de tal bebida en el listado. ¿Cómo podemos construir una sociedad con personas que niegan los datos estadísticos que están a la vista y que echan por la borda cualquier intento de tener una sociedad más saludable?
Habría que redefinir el concepto del programa Precios Cuidados, entonces. ¿Es para cuidar la economía doméstica? ¿Es para “democratizar” el consumo? ¿Es para tener una sociedad medianamente alimentada? Del último listado, se desprende que la respuesta a la tercera pregunta es: claro que no.
Poner esa bebida rica, sabor cola, en la mesa no tiene ningún beneficio excepto para la empresa que tiene la fórmula secreta.  Fue muy lindo ver a Caparrós y a Lepes defenestrar el consumo de la misma hace unos días (obviando que el anterior gobierno quiso ponerles un tributo y el lobby empresario echó por la borda eso) y es muy hermoso ver ahora a los intelectuales progres decirnos que nos enoja porque los pobres sólo están confinados a consumir las segundas o terceras marcas. No tienen un ápice de vergüenza. Combaten al capital, pero de a ratitos. Mientras tanto, niegan la incidencia negativa del consumo de la bebida que afloja tornillos. Ojo, me encanta. Bien helada es riquísima. Pero sé que es una porquería.
También leí que, si está en el programa, achata los precios de las demás marcas. No sé si reírme o llorar. Ahora te explican economía tirada de los pelos, una cuenta de Twitter que se llame así, por favor.
Si bien el programa no es un incentivo directo al consumo, al estar en mejor precio, si uno duda, compra. “Con lo caro que está todo, me doy el gustito de tomarme una bebida por $x pesitos”. Y sí, funcionamos así. Se rodean de sociólogos pero se ve que ninguno es experto en consumo.
Claramente, focalizo en esto porque una botella de este producto funciona como la “droga de la verdad” o los famosos anteojos Transnudens que usaba Gianni Lunadei. Bueno, lo voy a decir en centennial: es como el rayo peronizador. Como pasó con Bergoglio, con los conversos que fueron y vinieron de las filas K –incluido el presidente- y ahora con esta gasesosa: primero, destruimos al supuesto enemigo y, cuando los jefes en menos de una semana te cambian los papeles, salimos a defenderlo, pues obediencia debida. Y ahí entran a agarrarse la punta del pie con la mano, pero con la espalda arqueada.
Son gimnastas olímpicos en explicarte que está buenísimo y re genial tomar gaseosa a un precio subvencionado/acordado con el Estado, pero no tienen la gimnasia neuronal suficiente como para reconocer que el programa sólo sirve para consumo y no para alimentación. Que los productos contenidos parecen auspiciados y fomentados por la industria farmacéutica, así te vende más metformina. O por marcas de “ropa para gordos”.
No comprenden que, ante la situación inflacionaria, el consumo se vuelca hacia lo más accesible y si las galletitas salen más baratas que las frutas, pues comeremos galletitas. No importa, igual, si aumentan la obesidad, la diabetes y los problemas cardiovasculares, ¿saben por qué? Porque volvimos a tener Ministerio de Salud.