27 de mayo de 2020

Pucha, otro turno cancelado.


En febrero me di cuenta de que mis anteojos me estaban molestando. Hace más de 20 años uso por la miopía que a veces me aqueja y la pizca de astigmatismo que es incómoda para fijar la vista. No es gran cosa, no soy Mr. Magoo pero paso muchas horas leyendo o frente a una pantalla y bueno, los necesito y con las dioptrías correspondientes. “Seguro necesito bifocales”, sentencié y me saqué un turno con la oftalmóloga para marzo. Alrededor del 25, tenía que asistir a la consulta para resolver este asunto. Nunca llegué porque se decretó el aislamiento social obligatorio y los centros de salud, un poco para frenar la pandemia y otro poco para prepararse, abocaron toda su actividad a urgencias o al tratamiento del corona virus. Pucha.
No importa, me saco otro turno para abril. Cercano a la fecha, otro mail de la clínica me informa que me cancelaban por motivos de sanidad y etc etc. Pero la pucha.
Pensando que alguno de nuestros gobernantes entendería que casi cualquier atención en salud es esencial y con espíritu positivo, me saqué otro turno que era para este jueves. Adivinen: puchas por 3.
Es muy difícil escribir estas líneas sin tomar partido, sin enojarme, sin hacerme carne y sin preocuparme. A mí y a más de 40 millones de personas nos dijeron que están cuidando nuestra vida. Discúlpenme, además de que he aprendido a cuidarme sola, me están descuidando a mí y no sé si a los 40 y pico de millones, pero seguro que a 20 sí.
Estar vivos no es algo que le debamos a ningún mandatario. No se lo debemos ni a gobernadores ni a presidentes ni a ministros. De acuerdo a lo que crea cada uno, estamos vivos gracias a alguna divinidad o a la ciencia o a la naturaleza, pero los esfuerzos por mantenerse sano y en pie, en estos momentos, empiezan a ser cada vez más grandes. En lo que van de estos dos largos meses, suspendí turnos médicos que son de controles periódicos y que hablan de cuan cuidadosa soy con mi cuerpo. Así como yo, muchísimas personas también y, por si poco fuera, estamos a la deriva.
Estamos a la deriva los pacientes crónicos que no podemos hacer visitas con nuestros médicos de cabecera, que nos toman la presión, nos pesan, nos palpan, nos auscultan, nos semblantean, nos miran a los ojos y nos ajustan las clavijas o, simplemente, nos escuchan las nanas de vivir toda la vida con algunas enfermedades no muy simpáticas pero bueno, es lo que tocó. En la categoría de pacientes crónicos, puedo enumerar a las patologías más grandes y más populosas y a las más raras, pero no todo se soluciona tomando una medicación y, mucho menos, con una consulta a distancia.
La medicina es un arte, una disciplina, un modo de trabajar que requiere del cuerpo a cuerpo, básicamente, porque aun habiendo muchísima tecnología, no se desarrolló algo que pueda reemplazar a la soberanía de la clínica. Y menos mal.
Al principio de este encierro, escuchamos hablar a los epidemiólogos pero, por algún motivo, han vuelto a sus sarcófagos y no se los vio más. Entonces, sacaron a relucir a algunos infectólogos que, probablemente, sean muy buenos en lo suyo pero muy malos en el resto.
Hace muchos años, una profesora especialista en medicina transfusional nos dijo: “los médicos somos cachitólogos”. La torda tenía razón en ese entonces y sus palabras, en este momento, cobran más fuerza que nunca. Hablan desde el ranchito que les toca cuidar, olvidando que el cuerpo humano es un rancherío enorme y que cuando uno se cae, se vienen todos en banda.
No paro de ver galenos infundiendo pánico. Insisten con que nos quedemos en nuestras casas para que no nos mate el Covid. Disculpeme, eminencia, pero charlemos de epidemiología un poco. Si, qué irreverente, no soy más que una alumna con expectativas pero charlemos. Desde ya, usted está cobrando un sueldo y gran parte de las personas que lo están escuchando no, tenga un poco de respeto.
Nos dijeron que teníamos que quedarnos en casa para preparar al sistema de salud ante un potencial estallido viral y una inminente saturación y a todos nos pareció razonable porque vivimos en Argentina, entonces hicimos caso y bueno, es un esfuerzo, todo esto pasará. Pero cada quince días se renueva la desilusión y empieza a volverse una paradoja lo del cuidar el sistema de salud y la vida. ¿Nosotros los enfermos tenemos que cuidar al sistema de salud? ¿O el sistema de salud está para cuidarnos a nosotros? No, claro, los sanos deben. Bueno…¿pero acaso los sanos no están enfermando?
Esto tiene tantas aristas que espero no empantanarme y deseo que me puedan seguir. Los medios de comunicación hablan el 80% del día del corona virus. Notas y notas enteras, con cronistas en la calle, buscando porqué la gente sale, porqué esto, porqué el otro. Loas a los mandatarios que insisten en un encierro sin un plan más que mantenernos encerrados y bueno, es lo que hay. Se habla de la economía que se cae a pedazos, pero ¿cómo vas a ponderar la economía por sobre la vida?.  Salen médicos reforzando los mensajes de pánico y locura. Hasta hace dos meses, la discusión era que la palabra del médico no tenía casi valor y, de golpe, pululan por los paneles mediáticos, un montón de personas que sólo comunican el mensaje oficial, sin hablar de temas vitales como la cantidad de personas que quedamos pedaleando en el aire con todos nuestros tratamientos porque un decreto que se impuso por sobre la Constitución, dice que nos quedemos en casa. “No, bueno, pero hay teleconsultas”. I beg you pardon? “bueno, pero los centros de salud siguen funcionando”…si y no. Funcionan para lo mínimo e indispensable. Y en este caso, es bien válido preguntar ¿No es lo mínimo e indispensable una persona que llega a una consulta con un bloqueo de rama de 3er grado que cuando es derivado a la consulta con el cardiólogo se topa que no están atendiendo? (Nota: es un cuadro que debe ser tratado a la brevedad porque sí, es cuestión de vida o muerte) ¿Qué es lo mínimo e indispensable en salud?
El año pasado fallecieron 35 mil personas por neumonía y gripe. Hace años las vacunas son obligatorias y gratuitas para los grupos más vulnerables y toda esa gente se murió. Más los miles de fallecidos por enfermedad cardiovascular. Y vale aclarar: las enfermedades cardiovasculares pueden ser primarias o secundarias a otra enfermedad, es decir, consecuencia de otra, como la diabetes. ¿Saben, acaso, cuál es la tasa de obesidad? ¿Y la cantidad de hipertensos? Para un montón de pacientes, no poder realizar actividad física ni asistir al médico es un retroceso en su tratamiento. Sin embargo, nos dicen que nos están cuidando mientras leo que hay pacientes oncológicos a la espera de autorizaciones de radio o quimioterapia, pacientes con patologías neurológicas que no reciben rehabilitación porque no todos los profesionales están habilitados o no pueden ir a domicilio o no los paga el servicio de salud, pacientes que no pueden realizarse estudios de control y seguimiento de patologías ya detectadas, cirugías suspendidas, gente que teme ir a un centro de salud por miedo al contagio (gracias por la misofobia que crearon, genios), obras sociales y prepagas que aprovechan la volada para reducir prestaciones, sanatorios que pagan menos sueldo al personal, personal que –siendo “esencial”- no obtiene el permiso de la app de control que instauraron…y por si poco fuera, ¡pucha! lo hacen enojar al presidente cuando le preguntan por la gente angustiada que no cobra un peso hace 69 días.
Esto va para los infectovedettes y para el presidente enojado: ¿Saben ustedes como van a aumentar las tasas de morbilidad asociadas al encierro y al desempleo? Y si no lo saben, voy a refritar algo que ya dije.
El encierro sin horizonte cercano nos enfrenta con nuestra psiquis. Suponiendo que estamos en una casa confortable, con todos los servicios y hasta cobrando un sueldo, la incertidumbre es la madre de la angustia. La angustia se manifiesta de maneras diferentes. Es una pata de elefante que te pisa el pecho y te quita el aire. Pero dejemos a un lado la angustia: también aparecen la depresión, los ataques de pánico, el estrés, los suicidios, los trastornos de la alimentación, el aumento de consumo de sustancias tóxicas, de psicofármacos. En lo que a salud mental respecta, habría que abrir un nuevo tomo de DSM destinado a las consecuencias que traera el encierro este. Y supongamos que uno no cae en ningún diagnóstico de estos, pero trabajamos en casa, lugar que no estaba destinado para lo laboral. Hicimos, como pudimos, un rincón a donde asentar una computadora o Tablet. Nuestra columna, agradecida. Y nuestras extremidades, también. Nos entumecemos un poco, nos levantamos, cocinamos algo bien pesado y seguimos trabajando. Bueno, a vos no te va tan mal, gordito…o quizá te empiece a ir mal por el sedentarismo, el sobrepeso que avanza…y de nuevo te bajonéas, estás encerrado y no podés ventilarte. Y te fumás uno, dos o tres puchos. Pero no seas trolo, man, ¿Cómo te vas a angustiar? ¿No ves que te están cuidando?
Y no, no veo nada porque llevo un rato largo frente a la computadora y no me pude hacer anteojos nuevos.