Anoche falleció Fernando De la Rúa y entonces, empecé a
pensar estas líneas, una suerte de réquiem para un presidente fallido.
La memoria colectiva es una construcción con base en hechos
y relatos, algunos verídicos, otros no tanto.
Ciertamente, lo que recordamos de la presidencia de “Chupete” no fue su spot de campaña y la
célebre línea “Dicen que soy aburrido,
je, aburrido” pronunciada con una cosa entre rosarina y campesina que nos
daba risa y que fue motivo de gastadas televisivas y radiales. Incluso,
recordamos vagamente, la tablita de Machinea, la llegada de Cavallo al gobierno
¡otra vez!, el recorte del 13% a los jubilados y muchas medidas económicas, que son con las que se evalúa y evaluó la gestión de la Alianza en su corto período
de 2 años y 10 días de gobierno.
Y no es que la economía no sea la base de sustento de un
gobierno porque, aunque nos hablen con el corazón, contestaremos con el
bolsillo porque Clinton ya lo dijo, sin vueltas: es la economía, estúpido. Y es
atendible.
Lo que no es atendible es como los grandes críticos y hasta
impulsores de la caída del gobierno, se rasguen las vestiduras olvidando porqué
Fernando De la Rúa llegó al Ejecutivo, con una amplia aceptación popular.
Se han olvidado de los ’90. O sólo los traen a colación
cuando les conviene, pero se han olvidado de los ’90. O creen que son sólo
prendas de vestir grandes, medias bucaneras, vestidos bobos y viajes a Miami. Se
han olvidado el costo de la ley de convertibilidad, esa falsa idea de creernos
parejos al dólar, con una moneda como la nuestra, de valor cada vez menor. Se
olvidaron de la explosión de Río Tercero, la servilleta de Corach, la jueza
Barubudubudía, los indultos a las cúpulas –y no tanto- militares que habían
sido condenadas en los juicios de los ’80, de los testigos muertos en causas
relacionadas con el gobierno, la corrupción a destajo, los aprietes a
periodistas, la muerte de Cabezas, la flexibilización laboral, la Carpa Blanca,
Norma Plá, la desnacionalización de las escuelas técnicas, la ley de educación
que trajo la EGB, las privatizaciones de los servicios públicos, las olas de
despidos y así puedo seguir y seguir sin cansarme.
Se han olvidado que, entonces, la otra opción era ni más ni
menos que Duhalde y que la Alianza proponía un modelo de país más honesto, más
austero (“terminar con la fiesta de unos pocos”), más cercano a todas las ideas
progresistas que vitoreaba Página 12, antes de devenir en lo que es hoy.
Recuerdo, con mucha emoción, cuando vinieron a Mar de Ajó,
De la Rúa y Don Raúl Alfonsín por la campaña presidencial. Un acto que movió a
todo el pueblo. Todos creíamos en esa Alianza. Y si, yo tenía 14 años, pero
abogaba esa emoción de ver el fin de lo que fueron los ’90. Creía en que íbamos
a tener un gobierno decente. Supongo que mis viejos también lo creyeron. Lo que
nadie creyó es que, al poco tiempo, Chacho Álvarez renunciaría a la vicepresidencia.
Que la economía se iba a ir de las manos de cualquiera, más o menos avezado, se
iba a escapar. Que, lentamente, se estaba gestando una revuelta popular de
dimensiones desconocidas, en plena democracia. Que íbamos a escuchar la
expresión “Estado de sitio” una vez más en la historia. Que los saqueos iban a
ser noticia, que en Plaza de Mayo morirían 9 de 38 personas que dio el total pais, que no se podía sacar
la plata del banco y que no sabíamos a dónde iría a parar todo.
Tampoco imaginamos, claro, que la única imagen que se harían
del gobierno los que aún no habían nacido en esa época, sería la de un
helicóptero sobrevolando la Casa Rosada.
A todos los gobiernos los operan desde el exterior del país,
desde los que se quedaron afuera de la rosca y desde adentro, claro. No se cae un
gobierno de un día para el otro porque sale la gente a la calle. Y no porque el
fenómeno haya sido menor, sino veamos lo que pasa con las grandes revueltas
populares: nada ocurre de la noche a la mañana. La historia tiene procesos,
armados por los hombres, para llegar a algún punto.
Tristemente, el único mantra que se repite sobre ese período
es el trágico final y Fernando De la Rúa, un hombre que venía de la política,
con muy buena imagen en la gestión de la Ciudad de Buenos Aires, un tipo que no
despilfarraba y bastante sencillo, vio el final de su carrera política y es
recordado con insultos e improperios, aun en sus últimas horas y así repetirán
muchas generaciones por años. Lo que da lástima es que la vara con la que miden
la historia algunos, los hizo condenar al ex presidente radical, pero no
registran que Menem salió sobreseído de todas y cada una de las causas que tuvo
(¿acaso la venta de armas o la voladura de la fábrica de Río Tercero son
delitos menores u ocasionaron menos muertes que las de diciembre de 2001?) y
que aun ocupa una banca en el Senado. Cosa rara la memoria.