Cuando era chica odiaba las botas de lluvia. Me daba mucha
amargura cuando tenía que usarlas. Creo que la última vez que me calcé un par
tenía unos 12 años y vivía en San Clemente, en una casa que quedaba en calle de
tierra. Ir al colegio caminando en días lluviosos era bastante engorroso porque
el barro que se formaba empapaba los pies y permanecía toda la jornada escolar
ahí, intacto, en los zapatos canadienses marrones. Por eso usábamos incómodas,
pero prácticas, botas Pampero azul marino.
En mis años de sanclementina, me diagnosticaron diabetes. Diabetes
tipo I dicen los estándares internacionales.
Tenía 10, me internaron un buen día y de ahí, como en La Costa no había
especialistas, comencé a atenderme en La Plata, en el Hospital Sor María
Ludovica. A los 16 me dijeron que ya estaba grande para ir y me dieron el alta,
recomendándome (por cuestiones prácticas) que siguiera el tratamiento en el
Hospital de Clínicas de Capital.
Pasaron dos años y dejé La Costa para venir a estudiar y
tener mejor acceso a médicos en Buenos Aires. Y Buenos Aires, con sus luces y
belleza urbana, comenzó a volverse casi tropical. La llamo “La tropical Buenos
Aires” porque cada tormenta se asemeja a los tifones que transmite CNN en
español. Viento, lluvia, mucho más que las sudestadas costeras que reventaron
los muelles de Santa Teresita y San Clemente por el noventaytanto.
Entre tormenta y tormenta, decidí comprarme un par de botas
de lluvia. Estropeé muchos pares de zapatos en estos últimos meses debido a las
lluvias copiosas que cayeron sobre la ciudad. Pero, esta vez, pensé: me voy a
comprar unas botas “con onda”. El invierno anterior, las vi con diversos
estampados: floreadas, jaspeadas, con rombos…bellas, todas bellas botas y, por
sobre todo, modernas y de colores.
Emprendí una búsqueda que, imaginé, iba a ser simple. Los
primeros lugares que ví tenían la medida justa de la caña, pero estampados que
no me resultaban atractivos. La mayoría, animal print. No, el animal print no
va conmigo.
Caminé y caminé zapaterías…en algunas, estaban las mismas
que deseché en anteriores y, en otras dí con unas muy bonitas marca Calfor.
Caña bien alta, suela antideslizante…eran perfectas.
Eran…realmente lo fueron hasta que me las probé. Por esas
cosas que trae un poco el sobrepeso y otro poco la genética, tengo unas
pantorrillas muy anchas. Más anchas que la de muchos hombres que conozco, por
ende, si la bota de potro no es pa’ cualquiera, las botas de lluvia no son para
mí.
Seguí, medio cabizbaja, buscando la bota de la Cenicienta y aunque
mis piernas son más parecidas a las de las hermanastras, esto se transformó en
la búsqueda del zapatito de cristal.
Me pasé días caminando y viendo zapaterías por Cabildo.
Olivos, internet. No consigo las botas para mis pies.
En mi manotazo más reciente, entré en una zapatería que está
en Belgrano hace muchísimos años. Charlando con el vendedor, le cuento mis
desavenencias en la búsqueda del bendito par de botas. Ellos también tenían
animal print. Y alegué contra ello. La explicación que me dio el sujeto fue la
siguiente: “las botas son, en realidad, de goma transparente. Lo que les da el
estampado, es una media que se pega en ellas, por dentro y se trae de Italia.”
Aaaaahh, dije. No solo no encuentro las que me quepan bien, sino que no hay
estampados porque o solo dejan entrar “finos” modelos de leopardo o cebra o es
el remanente que les quedó a los fabricantes.
No conforme con eso, el vendedor agregó: “La fábrica Calfor
estuvo cerrada 3 meses porque se le había roto una inyectora mecánica que se
trae de Italia y no se la dejaban entrar al país. Como el dueño amagó con
cerrar y dejar gente en la calle, a los 3 meses apareció el repuesto”. Ah
bueno, macanudo. Ahora sí hay Calfor, muchas y muy lindas. Pero no hay de otras
marcas.
Cada tormenta es un fastidio. Tengo que salir bien cubierta
porque mi bomba de insulina, la que tengo hace 3 años, puede mojarse y
estropearse. Y no es broma, es un adminículo muy caro que las obras sociales se
resisten a otorgar aunque sea en pos de la buena salud de un paciente. La bomba
se usa hace muchos años: Ha cambiado de forma, color y hasta función de acuerdo
a los avances científicos. No todos los pacientes son pasibles de usarla: ni a
todos les convence la idea, ni todos los médicos lo ven como algo imperioso. En
mi caso, todo vino por una necesidad de cambio: las enfermedades crónicas son
un montaña rusa, te vas cansando de una cosa, querés otra. A veces estás
estable, otras veces no. Y la bomba forma parte de eso: de una necesidad de
estar mejor, ayudada por ese aparatito.
La adquirí luego de presentar una gran cantidad de papeles
en mi obra social, justificando el pedido de tamaño gasto. 90 y pico días
después de haber llevado todo me informaron que estaba aprobada y que me la
entregarían. Me explicaron que, cada 3 meses, tengo que presentar otro tanto de
papeles para que me dieran los insumos, que son descartables y se cambian cada
3-4 días. Hasta el día de la fecha, no tuve inconveniente alguno con la
reposición de los mismos. Pero hete aquí que la semana pasada leo por dos
fuentes diferentes (Diario La Nación y Revista Fortuna) que la Liga Argentina
de Protección al Diabético (LAPDI) denunció que, por las trabas a las
importaciones, no están llegando de manera debida los insumos necesarios para
los usuarios de bomba. Por “insumos
necesarios” hablo de reservorios-cartuchos donde se deposita la insulina a
utilizar- y sets de infusión, a los que llamamos catéteres, que sirven para
enviar la insulina desde el aparatito hacia el cuerpo.
Y no es algo que me puedo tomar a la ligera: no me están
indicando que en vez de tomar Amoxicilina de Roemmers use la Richet, sino que,
para reemplazar los insumos, tengo que volver a las viejas jeringas. ¡Y no solo
eso! Tendría que solicitar otra insulina más, ya que la terapia con infusores
solo requiere de un solo tipo de insulina (aspártica o lispro o glulisina,
depende el laboratorio) y las terapias tradicionales cuentan con, al menos, dos
tipos diferentes de dicha medicación. Es decir: que, eventualmente, me falten
estos elementos - ya básicos para mí- es un trastorno mayor del que parece ya
que estos no son reemplazables por otras marcas y no se producen en Argentina. Además
del malestar emocional que produce en un paciente crónico la posibilidad de
tener que mandar al tacho el tratamiento quién sabe por cuánto tiempo y por
decisiones políticas poco felices.
Puedo prescindir perfectamente de un par de botas de lluvia.
Aunque las considero muy útiles, realmente, me las puedo arreglar sin ellas no
así con los insumos.
Lo mejor de esto es que, vuelta y vuelta por Olivos,
encontré un par de botas Calfor de media caña, perfectas para mis pies. Claro
que las compré. Ahora tengo asegurados pies secos pero la incertidumbre de un
tratamiento eficaz.
2 comentarios:
Pensá que yo estoy gastando plata en abogados para hacer un recurso de amparo porque la obra social me dijo que a mi esposa le corresponde la bomba pero al 70% y el 30% es un fangote de guita.
No sabés lo feliz que se va a poner mi depresiva esposa cuando se entere que una vez más, todo se le vuelve en contra.
Hola. Me gustaría saber como comunicarme con vos. La cobertura de la bomba de insulina debe ser al 100%. Y no bajes los brazos. Ni siquiera tendrías que gastar plata, si te acercaras a la defensoría del pueblo ellos podrían darte una mano. Si volves a pasar x este blog dejame un mail o algo, si no te molesta. Saludos.
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