La llegada del Pro a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad en
2007 nos trajo a los porteños varios dolores de cabeza.
No voy a hablar, en este momento, de la gestión amarilla de
nuestra ciudad, eso prefiero dejárselo a quienes poseen información y estadística
para hacer la debida valoración del caso.
De 2007 a esta parte, los porteños nos vemos sometidos a la
frase “voten bien” y a un cuestionamiento constante sobre los ganadores del
distrito más importante, mal que nos pese, del país.
Ta cual leí a un periodista en twitter, descalificar al Pro
como partido es de una ignorancia muy severa, políticamente hablando. Entraron
sin mucha expectativa y “se llevaron”, ni más ni menos, la Jefatura de Gobierno
de la Ciudad. ¿Cómo no prestar atención al síntoma? Hay que recordar que la
gestión anterior, elegida en 2003, tuvo un final infeliz, pocas veces visto en
nuestra vida política.
Entre toda la desidia porteña surge alguien que se propone
como “nuevo y fresco” y ganó. No, yo no lo voté ni lo votaré. Pero, evidentemente, muchos lo hicieron. Tal
cual lo hicieron los habitantes de este suelo
con nuestra primera mandataria. O lo han hecho en otras provincias con sus
respectivos gobernadores.
Pero claro, es muy progre venir a pegarle al porteño porque
gana Macri. No se cuestiona, por caso, que Gildo Insfrán siga ganando en
Formosa o que los Alperovich sean los duques de Tucumán. Para nada. El problema
es la “burguesía porteña”. A Fito Paez, en 2009, le dio un asco tremendo el 47%
de los votantes que eligieron al Pro. Mirá vos, Fito. Contame un poco de Rosario.
Ayer, me hastié de leer en las redes sociales la queja de
los no porteños por el avance de Horacio Rodríguez Larreta en las PASO. HRL me parecerá un personaje muy horrible, ¿pero
se preguntaron qué pasa con los intendentes de los partidos del primer cordón
del conurbano? ¿Qué pasa con la salud pública que le corresponde proveer a los
municipios? ¿Qué pasa con la urbanización de algunas zonas que están a unos
pasos del límite con la CABA? Todo bien, no está mal poner el ojo en Buenos
Aires, ¿pero hacen los mismos comentarios
sobre los nefastos intendentes?
Veo muy pocas quejas, a nivel general, de lo que pasa en
otras jurisdicciones. Y me cansa, seriamente, que nos manden a votar de manera
pensante. Puedo chicanear, de pronto, a amigas santafesinas por el resultado de
Del Sel, ¿pero qué tal si hago un análisis más profundo y veo qué es lo que
pasa en esa sociedad para que “la Tota” pueda alcanzar la gobernación de su provincia?
La respuesta de los sectores “progres” es la
descalificación: Son todos unos giles, votan a cualquiera. No se respeta uno de
los ejercicios más conocidos de la democracia que es el voto. Por el momento,
es obligatorio –quisiera yo que no lo fuera- y cada uno es libre de meter en el
sobre la boleta que le plazca. Pero, para algunos, no es asi. Hay que votar bien.
Aun no sé qué es votar bien. Las
elecciones que hice desde 2005 a esta parte me decepcionaron luego. Voté
convencida a cada uno y me defraudaron.
Pasé por casi todo el arco de izquierda a centro-izquierda y me han
decepcionado. Infiero, entonces, que voté mal. Lo más cercano a votar bien que
se me viene a la cabeza es hacerlo con una convicción. La que sea. Pero una. En
mis parámetros, meter cualquier boleta para salir del paso no está bien, ¿pero
puedo juzgar a quien lo hace?
Los resultados por Comuna muestran que la famosa “clase
media del espanto y el horror” no fue la que más aportó votos al Pro. ¡Caramba!
El sur de la Ciudad hace 2 elecciones muestra una fuerte inclinación por el partido
de las banderitas y globos (perdón Luca). ¿Y qué vamos a decir de ellos? Vamos a seguir
analizando, desde nuestra paternalista y alfabetizada posición, que lo que
ellos hicieron está mal en lugar de analizar qué pasa en ese sector, olvidado
por todas las gestiones, que apuesta a un cambio que, se supone, llegó hace 8
años y no se ve.
¿Cuál es el objetivo de descalificar el voto? Ninguno. O,
tal vez, si haya un objetivo: desatender los verdaderos motivos de fondo y
sentarse a patalear y decir “No me votan porque son todos tontos” en lugar de
preguntarse si el tonto no es el que niega lo que parte del electorado dice los
días de comicios.