20 de octubre de 2019

Mamá

Quienes nos conocen a mamá y a mí, dicen que me le parezco bastante. Quienes conocen sólo a una, también. Mis hermanos dicen que soy como una especie de sucursal de ella y yo evito que piensen así. Con la llegada de los audios de whatsapp, muchas veces, cierro diciendo "ya soy mi vieja" porque me voy en extensión o cantidad o dispersión. Inexorablemente, me le voy pareciendo.
Mamá es una persona muy particular. A simple vista, puede parecer una persona sencilla, pero carga en sus espaldas una vida llena de hechos desafortunados. Así y todo, tiene un sentido del humor especial. Podemos reirnos hasta el espasmo y las lágrimas con sólo dos pavadas. Cuenta, en su haber como madre, esas anécdotas o esas frases que repetimos una y otra vez cuando jugamos a imitarla. A veces, es un match entre mi hermana y yo, a ver a quién le sale mejor.
Mami tuvo 8 hijos y, asegura -lejos de ser una mamá luchona- que siempre quiso eso. Y asegura que no se arrepiente de haber decidido quedarse en casa y dejar de trabajar en el banco para pasar a trabajar de ama de casa 24/7. Si bien la situación era adversa, también creo que hizo bien. Eramos muchos y muy pequeños y era imposible sostener el ritmo de la casa.
Los años en San Clemente fueron una experiencia bastante traumática, supusieron un exilio impensado a La Costa, los 2 meses de vacaciones que se convirtieron en 29 años. Y ello tuvo un costo altísimo, que incluyó cuestiones familiares que elijo guardarme, pero que, al día de la fecha, siguen teniendo consecuencias.
En medio de esa casa semi destruida, mamá hizo lo posible para que se sintiera lo menos posible el espanto. Nos leía todas las noches. Nos cantaba canciones (o fragmentos) las noches de tormenta en las que, muertos de miedo y corridos por las goteras, dormíamos casi todos juntos repartidos entre 2 camas. Inventó platos sabrosos y nutritivos con 2 o 3 ingredientes. Con agua helada, en pleno invierno, lavó a mano nuestra ropa, hasta que se pudo comprar un lavarropas semi automático. Vivió mucha soledad y se refugió en la religión, una por la cual no festeja este día y por ello no la saludo, pero eso no implica que, a mi modo, yo no le agradezca los esfuerzos.
Se puso al hombro el tratamiento de mi diabetes y me obligó a ir a mi primer campamento, dandome una herramienta importantísima: la independencia.
Si bien las circunstancias me llevaron a ser casi su mano derecha, mi vieja me enseñó -sin hacerlo expresamente- a ser independiente y resuelta. La he visto cambiar enchufes y a resolver situaciones muy difíciles. También, apoyó cada una de las actividades que quise hacer. Rara vez decía que no.
Si bien no coincidimos en muchísimas cuestiones y modos de ver la vida, tenemos un diálogo muy fluido y podemos pasarnos horas hablando.
No somos amigas, por suerte. Mamá es mamá y yo soy hija.
Aun tengo que explicarle que no le pongo leche al mate cocido y que sé que hacer cuando tengo hipoglucemia. Que no ando sola tarde y que me se cuidar, que ya soy grande y sé que duermo pocas horas, que no se preocupe, que este es un esfuerzo más, que ya pasa. Y ya se que me va a contestar que yo no la entiendo porque no estoy en su lugar, lejos y preocupándose por todos. También me va a mandar fotos de lo que cocinó ese dia, con la respectiva receta via audio, a lo que contestaré "qué rico, pero no se cuando la voy a hacer" y mandará 5 o 6 audios más con tips que no pedí, pero acepto.
Hace mas de 15 años que abandoné su casa y, por suerte, la tecnología nos va achicando las distancias, tanto, que tengo ahora una foto de un plato enorme de milanesas recién empanadas y un mensaje preguntando: ¿serán unas buenas milanesas?
Y sí, estoy segura de que lo serán.

1 de octubre de 2019

Y si soy un sueño peleando contra la verdad


Terminé de leer una nota que le hicieron a Ignacio Montoya Carlotto y me llueve una serie de pensamientos que me acompañan hace un tiempo al respecto del derecho a la identidad.
¿Por dónde empezar? Por debidas aclaraciones del caso:
-Que una adopción sin el debido proceso judicial es ilegal y cualquiera que lo hiciere incurre en un delito, contemplado según nuestro Código Penal y en eso estamos todos de acuerdo.
-Que dados los delitos de lesa humanidad, es menester que, ante la presentación espontánea en la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo y ante el pedido de parte, se tome la muestra de ADN y se coteje con el Banco de Datos Genéticos para encontrar coincidencia –o no- y que de ello se desprenda otro proceso (el de reconocimiento de la familia) y con eso también estamos de acuerdo
-Que el robo de bebés es censurable y no admite justificación alguna.
Dichas estas formalidades, prosigo.
El reportaje deja a la vista la parte de la historia que pocos quieren leer. O que pocos quieren mostrar: de un día para el otro, dejás de ser la persona que eras y tu historia familiar es otra.
De los 130 nietos recuperados, hay 130 historias distintas. Los une algo muy doloroso en común, pero la reacción de cada uno ha de ser individual y ello es lo que parece incomodar: no todos tuvieron relaciones traumáticas con sus apropiadores y, algunos, decidieron mantenerla igual, a pesar de la historia que los precede. Otros, decidieron no cambiarse el nombre por completo, otros sí y otros, como Ignacio, decidieron mantener su nombre de pila.
Es entendible que su familia haya buscado a Guido. Pasaron casi 40 años buscando a Guido y se encontraron con Ignacio. Y que Ignacio quiere seguir siendo Ignacio o Pacho.
Llevás una vida, la que sea que lleves, con un nombre, un apellido, una historia, una crianza…¿Por qué habrías de romper todo eso en un santiamén?
Lo que le pasó a Ignacio, un hombre criado muy lejos de la vorágine de Buenos Aires fue lo opuesto a lo que había vivido hasta entonces: una catarata de llamados, tapas de diarios, revistas, entrevistas, exposición…¿alguien reparó en cómo eso le iba a afectar? En la nota describe un montón de somatizaciones que padece. El cuerpo habla. El cuerpo dice “basta”.
Cuenta, con amor, cómo es la comida de Juana, su madre de crianza. Cuánto lo apoyaron con Clemente en sus proyectos. Ellos, dos personas de campo y, por lo que describe, sumisos, aceptaron adoptar ilegalmente a un bebé que les “consiguió” su patrón. Vaya uno a saber si ellos, en algún momento, se preguntaron si el chico al que estaban criando, era hijo de desaparecidos. Quizá sí y callaron. Quizá no. Imposible saberlo. Pero Ignacio habla de Juana y Clemente como sus padres y teme que vayan presos, como fueron otros apropiadores. Porque la ley es una, pero el sentimiento, otro.
Lo que me trajo hasta acá fueron algunos puntos de la nota que me llamaron poderosamente la atención. El primero, es que fue su novia quién lo puso en autos sobre su condición de adoptado, nada más ni nada menos, que el día de su cumpleaños. Me pregunto: ¿le correspondía actuar así, sin conversar previamente con sus suegros? Pienso en el derecho de uno a conocer su identidad y en el derecho a no querer saber. ¿Quería Ignacio que le arrojaran la verdad en la cara? ¿Cuántas veces avasallamos el derecho del otro de no saber echándole un fardo de verdades que nadie pidió?
Seguido de ello, pienso en sus padres, aclarándole que lo amaban y que tenían miedo a contarle la verdad. ¿A cuántos padres de chicos adoptados les pasará eso?
Luego del shock, a Ignacio lo empiezan a llamar Guido por todos lados, hasta en un libro que cuenta su historia, pero sin que él autorizara que lo llamaran así.
Ignacio dejó de ser el ignoto habitante de Olavarría para ser el “nieto 130” o “Guido Montoya Carlotto”. Su nombre, su vida, comenzó a desvanecerse, como si hubiera nacido ese día en el que le dijeron quiénes eran sus padres biológicos. A diferencia de otros, el no tenía necesidad de vincularse afectivamente con la historia, porque, según cuenta, su vida estaba bien.
Ignacio comenzó a ser el nieto de todos, porque su abuela Estela es la abuela más famosa de Argentina. Cual trofeo, lo expusieron por todos lados. No en vano, el distingue que se sintió más cómodo con la familia Montoya y no así con los Carlotto, quiénes hicieron de la causa de DDHH un negocio y se valieron de ello para obtener cargos políticos y otros etcéteras. No en vano, recalca que fue su abuela paterna la que llamó a sus padres adoptivos para agradecerles el cuidado que le brindaron a su nieto.
Sobre llovido, mojado, lo llama Maradona diciéndole que era un premio para él, IMC, conocerlo. Aun estoy anonadada con esa autoestima, querido 10.
¿Y su derecho de seguir llamándose Ignacio? Bueno…eso quizá no es tan así. Hace unos años, otro nieto recuperado, cuyo nombre no recuerdo y me disculpo, no quiso aceptar el cambio de nombre. Él no se sentía con esa identidad. Los organismos de DDHH, ofuscados. En uno de los pocos países con Ley de Identidad de Género, no te dejan mantener el nombre y apellido que tenías hasta el día en el que se descubrió que tus padres están desaparecidos. La libertad individual nos manda un abrazo y pienso en la desubjetivización de los individuos. La suerte de ellos, parece, es dicotómica: mientras bregan por conocer sus orígenes e identidad, les dicen cómo deben llamarse, negándoles la carga que implica ser alguien y llamarse de tal forma. Pasaron a ser un colectivo, “nietos recuperados”, y deben dejar su individualidad de lado o el juicio por ello es muy severo, casi acusándolos de no querer ser lo que deberían ser. ¿Acaso ahora no son? Es una suerte de intentar reescribirles la vida, llenársela de recuerdos que no tuvieron, que quizá sí debieron haber tenido pero que, tristemente no existen.
Es muy movilizante la entrevista a Ignacio. Es una invitación a reflexionar sobre el derecho a la identidad, a la autonomía sobre ella. Ignacio ahora sabe que es fruto de la relación de Puño y Laura, que lo adoptaron, irregularmente, Juana y Clemente, que el amor de ellos 4 por él nadie más lo va a conocer ni sentir, pero también sabe quién es y quién quiere ser: el mismo de siempre, pero con otro apellido.

2 de septiembre de 2019

La salud (sexual) de nuestros hijos

"Con mis hijos, no", arengaban un montón de personas que confunden Educación Sexual Integral con "ideología de género" e hipersexualización de los chicos.
¿Acaso van a la puerta de Ideas del Sur a gritar "con los chicos, no" mientras montones de menores observan, desde la tribuna y so pretexto de ver un certamen de baile, escenas que rayan con lo erótico, con cuerpos semi desnudos, escándalos de conventillo y un montón de conversaciones que difícilmente comprendan? ¿Acaso van a pedirle a la Defensoría del Público que intervenga cuando se transmiten contenidos de altísima sensibilidad o de la intimidad de algún famoso o noticias truculentas y sin respeto por las víctimas y familias, dentro del horario de protección al menor? ¿Acaso leyeron, alguna vez, que en los casos de abusos lo que mas raja el alma es el silencio impuesto por el abusador y que la víctima, muchas veces, ni siquiera reconoce que está atravesando por una situación que no es elegida ni consentida y es violenta? ¿Acaso suponen que vendrá un docente a decirles que elijan su sexualidad? ¿Acaso saben que en las casas se habla poco y nada de sexo y no digo de la práctica, sino del universo que rodea a todo ello, que también habla del cuidado del cuerpo y la mente en pos de tener individuos sanos y se apunta a la prevención de abusos o, al menos, de silencios y encubrimientos y favorecer al debido tratamiento para la víctima? ¿Le dicen al Estado que no brinde ESI pero le piden que hagan algo por el control de la natalidad y de las ETS y después hablan de la pollera corta? ¿A quién se le ocurre que la educación sexual promueve a la práctica? ¿No leyeron estadísticas de embarazo adolescente? ¿Y de la cantidad de casos de sífilis? ¿Y de los adultos con HIV con tasas ascendentes?
Con sus hijos no, ¿qué? Y cuando ocurra el abuso, ¿a quién le van a pedir intervención? ¿Y cuando haya lesiones por alguna ETS no curada? La salud sexual es mucho más que hacerse un pap y mirarse el pene. La salud sexual es física y mental. Es mantener la vida sexual que a uno le plazca no sólo evitando embarazos o "pestes" sino también evitando el maltrato, el abuso, la pérdida de control sobre el cuerpo propio y el respeto por el ajeno. También es llamar a las cosas por su nombre y dejar de decirle "colita de adelante" a la vulva y "pitilín" al pene. Es trabajar educando niños sanos para que sean adultos en consecuencia a ello. Es aprender a marcar los límites entre el exterior y nuestra piel, es reconocer que algo no está bien y no dejar que avance.
Mientras más se interponen en este camino, la ignorancia crece en la oscuridad de un cuarto cerrado, en el que cualquiera pueda servirse de otro sin que este otro pueda decir "con mi cuerpo, no".

1 de agosto de 2019

Para Beba, la mejor abuela


En unas horas se cumplen 5 años desde que mi abuela se apagó. A decir verdad, se había apagado un tiempo antes, pero terminó de dejarnos la madrugada del 2 de agosto de 2014.
Una se pone egoísta y quiere a los viejos siempre al lado. La realidad es que mi abuela era la columna vertebral de la familia. Pero no era de esas abuelas tradicionales ni tampoco era una excéntrica, simplemente, no era la abuela que tejía ni que te leía cuentos y creo que ni siquiera nos llevaba a la plaza. Es cierto que tuvo que ver que crecimos lejos de ella y quizá fue eso lo que la impidió de hacer algunas cosas.
María Esther nació en el seno de una familia típica de inmigrantes italianos: comerciantes, buscavidas y semi analfabetos, que vinieron a Argentina a prosperar. Como era la más chica de 3 mujeres y como era deber en la época, la apodaron Beba.
Beba fue la única de las tres que no sólo terminó el colegio, sino que estudió para ser profesora nacional de Educación Física. Estaba llena de anécdotas de “Instituto”, como le decía ella. Para algunos, la historia de mi abuela podría ser lo que despectivamente llaman meritocracia y, para mí, es una historia de superación y de crecimiento, con mucho apoyo de sus padres, que por algo habían llegado a estas tierras.
“Mi madre me daba 1 peso y yo con eso viajaba en el tranvía, tomaba un colectivo, me iba al campo de deportes, me compraba una porción de pizza con Chocha Alegre y nos íbamos a cursar a otro lado para luego volver a la noche. A veces, pateábamos y nos ahorrábamos un colectivo para tener un mango más. A la noche, me tocaba limpiar y me lavaba el único uniforme que tenía, a la mañana lo planchaba antes de salir…” y así era la vida de ella de estudiante, que no dejaba las tareas de la casa, asignada en la división familiar a la limpieza del hogar, ya que Ñata, su hermana mayor, era la que cocinaba.
La vida siguió su curso y se recibió y luego se casó con mi abuelo, tuvo a mi tío y luego a mi mamá y trabajaba de profesora, pero la guita no alcanzaba mucho y vio en el diario que la DGI convocaba a un concurso para nuevos ingresantes. Mi abuela era egresada de un Liceo, docente…¿qué tendría que ver con eso? Casi nada. Sin embargo, estudió mucho, muchísimo e ingresó.
Trabajó y trabajó en los peores y un poco mejores períodos de la economía del país. Hizo operativos en otras ciudades, horas extras, tuvo grupos a cargo, hizo carrera. Mi abuela era una mujer con mucho sentido de la justicia y el deber y, al final, era un gran sabueso. No era de agrupamiento profesional, pero actuaba como tal. Allí, que ya no era Beba, sino María, tuvo la posibilidad de crecer económicamente pero sin perder el eje. Tampoco es que se hizo rica, ya que su único bien fue el departamento de 3 ambientes que habitó en Belgrano –o Colegiales, nunca sabremos bien- entre 1969 y el 2/8/14. Ni hizo viajes exuberantes por el mundo, más que ir a visitar a su hermana a Estados Unidos y a conocer Italia, la tierra de sus padres. Amaba, por sobre cualquier lugar, ir a Mar del Plata. Una o dos veces al año, fuera invierno o verano, llamaba al hotel sindical y se reservaba una cama e iba.
Supongo, producto de las carencias de la infancia, desarrolló cierta adicción a la compra de  ropa. Mi abuela salía y siempre volvía con una bolsita. Tenía placares llenos de ropa de cuando trabajaba, aun cuando se había jubilado en el 89. Si salíamos a pasear y había algo que ella veía lindo, te lo compraba. Era todo risas hasta que te hacía probar esas cosas imponibles y ella te decía que te quedaba regio o estupendo y casi que te obligaba a llevarlo. Con los años, aprendí a decirle que mejor no, que quizá prefería otra cosa. Pero a “la vieja” le gustaba empilchar bien. Y tan bien, que varias de las prendas que ella tenía, las usamos las demás mujeres de la familia. Porque, además, Beba era muy canchera y jamás le embocaban con su edad. Beba se encremaba sistemáticamente después de bañarse y no salía a la calle sin ponerse base o algo. “estoy hecha un escracho, así no puedo estar” y se iba a la peluquería, porque era muy coqueta.
Tal es así, que cuando su primer bisnieto (mi sobrino Benjamín) cumplió 1 año, en el festejo la miró a mi hermana y le dijo casi ofuscada: “mirá, estoy vestida de vieja”. 88 años tenía. Y si, me río mientras redacto, pero tenía razón: llevaba puesta la ropa que podía porque por sus problemas de salud se le complicaba ponerse algunas cosas.
Para mi abuela el slogan “si es caro es mejor” casi que era ley y en su alacena no ibas a encontrar menos que primeras marcas y todo lo que ponía en la mesa era de calidad. No te pichuleaba nada ni con los más íntimos. En su casa siempre había “un mendrugo por si vienen los beduinos” y había que ir corriendo a La Argentina a comprar medio de milonguitas bien cocidas si no quedaba pan. Para ella, sin pan no había comida. De vez en cuando decía que el cuerpo le pedía alcohol y se abría una lata de cerveza. La comida, en su casa, bien a lo tano, era importantísima. El domingo hacía el estofado más rico que uno pudiera comer. El orden era: la carne estofada con ensalada, luego los ravioles, luego el postre y luego el café. Hacía eso para 3, 4 o los que quisieran ir. Convocaba siempre en su casa, un poco fue mi casa, y allí íbamos cayendo los nietos, porque Moldes 1435 era el centro de todo y difícil no pasar por ahí.
La vieja era muy generosa. No te escatimaba con nada. Nos vistió, alimentó y dio casa a casi todos. Nos apoyó en cuanto proyecto tuviéramos. Siempre íbamos a encontrar en su departamento un lugar a donde estar. Extraño mirar por el balcón que daba al pulmón de la manzana o por la ventana de la que fue el cuarto de mi vieja, mis hermanos y luego mio. Me detenía a mirar pasar el tren desde esa ventana, algo que hice el día que fui a despedirme de la casa antes de la venta. Ese día, con la casa sin las bibliotecas llenas de libros, los placares vacíos y las paredes sin los cuadros, lloré viendo como un ciclo en la vida iba cerrándose.
No hay día que no piense en ella ni que no espere su llamado. Los martes y los jueves, espero a que me llame para quejarse de Elena, una señora muy simpática que trabajaba en su casa, con la que se peleaban en español y ruso y ninguna se entendía. Entonces yo le decía que le dijera a Elena que no fuera más. Pero ella encontraba la excusa para justificarse que mejor no, que Elena era buena y que no iba a echarla. También extraño ir a jugar al Scrabble y que me ganara. O llamarla y decirle que pasaba. O ni siquiera eso: compraba algo rico y subía, porque la llave la tuve hasta último momento. Extraño levantarme y encontrarla sentada frente a las páginas inmensas de La Nación, el mate y alguna tostada al lado y que me empezara a comentar lo que iba leyendo y yo simulaba interés y charlábamos un rato. Extraño cuando delirábamos con Soy Gitano y discutir de cosas estériles, propias de una señora mayor y una nieta apenas adulta. Extraño los “como te va, María/Mariucha/Marieta” y pedirle que dejara de gastar fortunas en lo de Carmelo y que ella dijera: es que me queda cómodo comprarle.
Extraño las charlas eternas, en cualquier momento. Hablábamos muchísimo incluso, de los temas tabú de la familia. La vieja, con los años, fue soltando las cosas que le jodían y fue muy sano. Y también reconoció sus errores, mucho no me importan ahora. Mi abuela fue partícipe de tantas cosas, que siempre agradeceré haberla tenido conmigo por 29 años, aunque me siga pareciendo poco y amarrete por parte de la vida. Y la voy a extrañar siempre, pero la recuerdo como la gran abuela que fue y con eso me alcanza.

9 de julio de 2019

El que las hace, las paga (depende de quién)


Anoche falleció Fernando De la Rúa y entonces, empecé a pensar estas líneas, una suerte de réquiem para un presidente fallido.
La memoria colectiva es una construcción con base en hechos y relatos, algunos verídicos, otros no tanto.
Ciertamente, lo que recordamos de la presidencia de “Chupete” no fue su spot de campaña y la célebre línea “Dicen que soy aburrido, je, aburrido” pronunciada con una cosa entre rosarina y campesina que nos daba risa y que fue motivo de gastadas televisivas y radiales. Incluso, recordamos vagamente, la tablita de Machinea, la llegada de Cavallo al gobierno ¡otra vez!, el recorte del 13% a los jubilados y muchas medidas económicas, que son con las que se evalúa y evaluó la gestión de la Alianza en su corto período de 2 años y 10 días de gobierno.
Y no es que la economía no sea la base de sustento de un gobierno porque, aunque nos hablen con el corazón, contestaremos con el bolsillo porque Clinton ya lo dijo, sin vueltas: es la economía, estúpido. Y es atendible.
Lo que no es atendible es como los grandes críticos y hasta impulsores de la caída del gobierno, se rasguen las vestiduras olvidando porqué Fernando De la Rúa llegó al Ejecutivo, con una amplia aceptación popular.
Se han olvidado de los ’90. O sólo los traen a colación cuando les conviene, pero se han olvidado de los ’90. O creen que son sólo prendas de vestir grandes, medias bucaneras, vestidos bobos y viajes a Miami. Se han olvidado el costo de la ley de convertibilidad, esa falsa idea de creernos parejos al dólar, con una moneda como la nuestra, de valor cada vez menor. Se olvidaron de la explosión de Río Tercero, la servilleta de Corach, la jueza Barubudubudía, los indultos a las cúpulas –y no tanto- militares que habían sido condenadas en los juicios de los ’80, de los testigos muertos en causas relacionadas con el gobierno, la corrupción a destajo, los aprietes a periodistas, la muerte de Cabezas, la flexibilización laboral, la Carpa Blanca, Norma Plá, la desnacionalización de las escuelas técnicas, la ley de educación que trajo la EGB, las privatizaciones de los servicios públicos, las olas de despidos y así puedo seguir y seguir sin cansarme.
Se han olvidado que, entonces, la otra opción era ni más ni menos que Duhalde y que la Alianza proponía un modelo de país más honesto, más austero (“terminar con la fiesta de unos pocos”), más cercano a todas las ideas progresistas que vitoreaba Página 12, antes de devenir en lo que es hoy.
Recuerdo, con mucha emoción, cuando vinieron a Mar de Ajó, De la Rúa y Don Raúl Alfonsín por la campaña presidencial. Un acto que movió a todo el pueblo. Todos creíamos en esa Alianza. Y si, yo tenía 14 años, pero abogaba esa emoción de ver el fin de lo que fueron los ’90. Creía en que íbamos a tener un gobierno decente. Supongo que mis viejos también lo creyeron. Lo que nadie creyó es que, al poco tiempo, Chacho Álvarez renunciaría a la vicepresidencia. Que la economía se iba a ir de las manos de cualquiera, más o menos avezado, se iba a escapar. Que, lentamente, se estaba gestando una revuelta popular de dimensiones desconocidas, en plena democracia. Que íbamos a escuchar la expresión “Estado de sitio” una vez más en la historia. Que los saqueos iban a ser noticia, que en Plaza de Mayo morirían 9 de 38 personas que dio el total pais, que no se podía sacar la plata del banco y que no sabíamos a dónde iría a parar todo.
Tampoco imaginamos, claro, que la única imagen que se harían del gobierno los que aún no habían nacido en esa época, sería la de un helicóptero sobrevolando la Casa Rosada.
A todos los gobiernos los operan desde el exterior del país, desde los que se quedaron afuera de la rosca y desde adentro, claro. No se cae un gobierno de un día para el otro porque sale la gente a la calle. Y no porque el fenómeno haya sido menor, sino veamos lo que pasa con las grandes revueltas populares: nada ocurre de la noche a la mañana. La historia tiene procesos, armados por los hombres, para llegar a algún punto.
Tristemente, el único mantra que se repite sobre ese período es el trágico final y Fernando De la Rúa, un hombre que venía de la política, con muy buena imagen en la gestión de la Ciudad de Buenos Aires, un tipo que no despilfarraba y bastante sencillo, vio el final de su carrera política y es recordado con insultos e improperios, aun en sus últimas horas y así repetirán muchas generaciones por años. Lo que da lástima es que la vara con la que miden la historia algunos, los hizo condenar al ex presidente radical, pero no registran que Menem salió sobreseído de todas y cada una de las causas que tuvo (¿acaso la venta de armas o la voladura de la fábrica de Río Tercero son delitos menores u ocasionaron menos muertes que las de diciembre de 2001?) y que aun ocupa una banca en el Senado. Cosa rara la memoria.