9 de febrero de 2014

Confieso que he comprado


                                                                                            "..caen sobre mi
                                                                                                                      las cadenas de supermercados
                                                                                                                      'Compre más barato'                                                                                                                                                   ¡Garantizado!..."                              
                                                                                                                                                                                                                                                                                          
                                                                                                                       



“No sé si tengo ganas de pasar hambre para pedir un digno aumento de sueldo” pensé  el otro día, luego de que la Presidente le dijera al dirigente sindical Antonio Caló, que no creía que en Argentina, algún trabajador pasara hambre.
Sinceramente, no entiendo la razón por la cual tendríamos que esperar a llegar a una situación extrema para que nos tengan en cuenta a la hora de las paritarias y los arreglos salariales correspondientes.
Cada vez que dicen “aumento salarial” un liquidador de sueldos se retuerce y piensa: “es un ajuste por inflación”. Aumento, lo que se dice aumento en términos de premio a la productividad, no hay hace unos años.
El final de 2013 y el principio de este se vio minado de mensajes que no hacen otra cosa que mostrarnos cuan gastado está nuestro ingreso y cuan poco nos ayudan nuestros representantes gremiales y nuestros representantes políticos.
Pasamos de ser avaros por querer ahorrar un mango a escuchar que, en algunos casos, es virtuoso. Ya no entiendo nada más.
Pero algo, muy poco, entiendo: como ciudadanos estamos orinando fuera del recipiente.
La suba de precios es innegable. Habría que rayar con lo necio o lo estúpido para decir que las cosas no aumentan. Desde lo de primera necesidad hasta lo suntuario, todo ha tenido leves –o no tan leves- incrementos en el  precio final, ese que nos llega a nuestras manos. Ese número que, cuando lo oímos, preguntamos si podemos abonar con tarjeta de crédito o débito o si hay algún tipo de descuento si pagamos en efectivo.
Como respuesta de la “sociedad civil y no política” surgió un “apagón de consumo” que incitaba a que ayer no fuéramos a comprar nada a las grandes cadenas de supermercado,  poniéndonos a los consumidores como los He-Man de la cruzada anti inflacionaria, con una espada de Grayskull que nos daba el poder de bajar los precios desorbitantes que hay en las góndolas.
En primera instancia suena seductor: siempre queremos tener el poder de algo. Y tener el control sobre Alfredo Coto, que dice que nos conoce, sería un gol de media cancha.
En un pensamiento estrictamente microeconómico, con una economía de libre mercado puro, funcionaría perfecto: baja la demanda, sube la oferta= baja el precio. La mano invisible de Adam Smith nos palmearía la espalda felicitándonos por la organización y, ¡shazam! La leche la pagas más barata.
El error primitivo es este: creer que todo se remite al laissez faire. Al mercado autorregulado. Podría creerlo, sí, con comercios pequeños. Pero las cadenas de supermercados, ligadas a las grandes corporaciones alimenticias, no funcionan así. Son monstruos –en el amplio sentido de la palabra- que todo lo abarcan y que mucho aprietan. Todo está medido y contemplado. Hasta un día de paro de consumidores.  Un día que no le compremos a Juan Carrefour, Pedro Molinos no quiebra.
Tienen todo, como decía el Chapulín Colorado, fríamente calculado y no contamos con su astucia. Un ejemplo pequeño es que, el jueves por la tarde, el Banco de la Provincia de Buenos Aires, a través de su lista de mailing, informó a clientes que el sábado 8 y domingo 9, habría 20% de descuento en las compras realizadas con tarjeta de crédito en Coto. Y entre tanto precio aumentado y aunque sepamos que el día anterior nos remarcan todo, al supermercado vamos el día que tenemos descuento con la tarjeta.
No estoy en contra de que, como consumidores, seamos más responsables. Al contrario: soy de las que repiten la famosa frase “caminen, chicas, caminen” y que no compran un producto si considero que el precio no se relaciona con el artículo. Y, también, considero que hay otros sitios donde comprar como el casi extinto almacén de barrio, los mercados de economía solidaria, los mercados de alimentos orgánicos, pequeños emprendimientos, etc. Pero hay algo que también es cierto: son sistemas que no alcanzan a competir con los gigantes de la industria y no alcanzarían a abastecer las necesidades de todos.
Pero todo eso no me tapa los ojos, ni me endulza el oído: la inflación es eso y un montón de variables macroeconómicas, que un experto podría explicar mil veces mejor que lo que alcanzo a entender. No tenemos que dejarnos llevar por el discurso oficial que, encima, transa con las empresas y nos carga de culpa/responsabilidad a nosotros por querer comer.
Lo más sencillo y palpable que podemos ver es de libro: el aumento astronómico de la emisión monetaria. Basta mirar por qué serie vamos del billete de 100 pesos.  Como con las patentes, no sé qué va a pasar cuando se les acabe el abecedario. Ni qué se les va a ocurrir, porque esta gente está más para un match de impro en “El Bululú” que para dirigir un país.
Por las dudas, por si hay algún caído/a/x/e/@ del catre, de la emisión de moneda se encarga el Banco Central, no de la impresión de los billetes - de eso es de lo que tiene que hablar el Vicepresidente en estos días-, sino de autorizar a la maquinita a sacar papeles como churros en Mar del Plata.
Hay que decirlo: nuestro Estado interviene en la economía -Cuando le conviene-.
Por eso, cuando el Secretario de Comercio Interior era Guillermo Moreno, los empresarios “se portaban bien”-no lo reivindico, sólo que desconozco la labor de quien lo reemplaza-. Porque es esa Secretaría la que autoriza precios, transacciones, importaciones de insumos, etc. Es decir: los sobreprecios no se dan por obra y gracia del malvado empresario. Pero si van a hacer acuerdos, que los hagan de verdad.
Primero acordaron precios. Nos cansamos de ver como en las góndolas de los supermercados había faltante de montones de artículos que estaban en el listado. Dijeron que iban a sacar a sus patrullas militantes a controlar. Con o sin control, faltaban las cosas. La culpa fue del chancho y del que le dio de comer, sin dudas.
Ahora, tenemos los precios cuidados. Más me suenan al famoso “desnudo cuidado” del que hablan las artistas cuando se atreven a mostrar una teta en un escenario.
Los precios cuidados ¿de quien? ¿Para quien?
Porque sigue pasando lo mismo: hay desabastecimiento intencional.  No sé si por parte del dueño del supermercado o de la empresa distribuidora o de la productora. No se encuentran artículos y punto. Y nos proponen a nosotros a que salgamos a controlar. Disculpen, pero no puedo. O no quiero.  Porque pretendo que dejen la opereta de lado y se pongan a trabajar en serio. Que dejen de hacernos sentir como unos estafados constantes.  Se victimizan. Es genial: ellos hacen vida de jeques y son las víctimas de estos “golpistas”. Hay que ser iluso para no darse cuenta que las relaciones entre ciertos sectores del poder económico y el gobierno están más que bien pero que no nos favorecen.
Es notorio como, cuando hablan de corporaciones (con connotación negativa), se refieren a ciertos monopolios de medios y, ahora, a las cadenas de supermercados. Pero  de los otros peces gordos mejor ni hablar. Porque los pesos pesados de la industria alimenticia están excluidos de la discusión. Lo mismo los laboratorios, porque nadie habló de hacer un paro de pacientes y no consumir medicamentos cuyo precio aumentó un 25% -Aclaro que es una exageración mi propuesta, pero quiero resaltar como “las corporaciones” son unas pocas. Las demás, están bendecidas-.
La nafta aumentó y Shell quiere voltear al gobierno. También, Oil e YPF aumentaron. Pero lógico, ¿como esas dos empresas van a querer desestabilizar al gobierno? Entonces aparece el que se hace llamar marxista y autoriza un 6% en el incremento para todos y todas los y las petroleros y petroleras.  No discuto la intervención en el freno a los aumentos. Discuto el modus operandi. La medida y el discurso para la gilada.
Discuto que fomentaron por años el consumo irrestricto de autos y tecnología, causando un severo impacto ambiental. Discuto que fomentaron el consumo per se. Se llenan la boca diciendo que la sociedad estadounidense es consumista, pero mandan a sus hijos a estudiar afuera y te habilitan una tv en 50 cuotas.  Y ahora, es tan malo consumir, que toman medidas que se contradicen.  El Jefe de Gabinete nos llama avaros y el presidente del BCRA, aumenta las tasas de interés de los plazos fijos.  Cualesquiera sea, todo apunta a bajar el consumo. Pero hasta el de productos de primera necesidad. Nunca se propuso quitar el IVA a ciertos artículos: ¿mirá si van a ser  tan revolucionarios?
Entonces, ante la incertidumbre, a lo único que me queda apelar es al buen sentido crítico. Está bien que tomemos una de las riendas de la situación, pero sería bueno si las tomásemos todas y exigiéramos a quien nos vende, que baje el precio y a quien debe velar por nuestro bienestar, que lo haga.