"..caen sobre mi
las cadenas de supermercados
'Compre más barato' ¡Garantizado!..."
las cadenas de supermercados
'Compre más barato' ¡Garantizado!..."
“No sé si tengo ganas de pasar hambre para pedir un digno
aumento de sueldo” pensé el otro día,
luego de que la Presidente le dijera al dirigente sindical Antonio Caló, que no
creía que en Argentina, algún trabajador pasara hambre.
Sinceramente, no entiendo la razón por la cual tendríamos
que esperar a llegar a una situación extrema para que nos tengan en cuenta a la
hora de las paritarias y los arreglos salariales correspondientes.
Cada vez que dicen “aumento salarial” un liquidador de
sueldos se retuerce y piensa: “es un ajuste por inflación”. Aumento, lo que se
dice aumento en términos de premio a la productividad, no hay hace unos años.
El final de 2013 y el principio de este se vio minado de
mensajes que no hacen otra cosa que mostrarnos cuan gastado está nuestro
ingreso y cuan poco nos ayudan nuestros representantes gremiales y nuestros representantes
políticos.
Pasamos de ser avaros por querer ahorrar un mango a escuchar
que, en algunos casos, es virtuoso. Ya no entiendo nada más.
Pero algo, muy poco, entiendo: como ciudadanos estamos
orinando fuera del recipiente.
La suba de precios es innegable. Habría que rayar con lo
necio o lo estúpido para decir que las cosas no aumentan. Desde lo de primera
necesidad hasta lo suntuario, todo ha tenido leves –o no tan leves- incrementos
en el precio final, ese que nos llega a
nuestras manos. Ese número que, cuando lo oímos, preguntamos si podemos abonar
con tarjeta de crédito o débito o si hay algún tipo de descuento si pagamos en
efectivo.
Como respuesta de la “sociedad civil y no política” surgió
un “apagón de consumo” que incitaba a que ayer no fuéramos a comprar nada a las
grandes cadenas de supermercado,
poniéndonos a los consumidores como los He-Man de la cruzada anti
inflacionaria, con una espada de Grayskull que nos daba el poder de bajar los
precios desorbitantes que hay en las góndolas.
En primera instancia suena seductor: siempre queremos tener
el poder de algo. Y tener el control sobre Alfredo Coto, que dice que nos
conoce, sería un gol de media cancha.
En un pensamiento estrictamente microeconómico, con una
economía de libre mercado puro, funcionaría perfecto: baja la demanda, sube la
oferta= baja el precio. La mano invisible de Adam Smith nos palmearía la
espalda felicitándonos por la organización y, ¡shazam! La leche la pagas más
barata.
El error primitivo es este: creer que todo se remite al
laissez faire. Al mercado autorregulado. Podría creerlo, sí, con comercios
pequeños. Pero las cadenas de supermercados, ligadas a las grandes
corporaciones alimenticias, no funcionan así. Son monstruos –en el amplio
sentido de la palabra- que todo lo abarcan y que mucho aprietan. Todo está
medido y contemplado. Hasta un día de paro de consumidores. Un día que no le compremos a Juan Carrefour,
Pedro Molinos no quiebra.
Tienen todo, como decía el Chapulín Colorado, fríamente
calculado y no contamos con su astucia. Un ejemplo pequeño es que, el jueves
por la tarde, el Banco de la Provincia de Buenos Aires, a través de su lista de
mailing, informó a clientes que el sábado 8 y domingo 9, habría 20% de
descuento en las compras realizadas con tarjeta de crédito en Coto. Y entre
tanto precio aumentado y aunque sepamos que el día anterior nos remarcan todo,
al supermercado vamos el día que tenemos descuento con la tarjeta.
No estoy en contra de que, como consumidores, seamos más responsables.
Al contrario: soy de las que repiten la famosa frase “caminen, chicas, caminen”
y que no compran un producto si considero que el precio no se relaciona con el
artículo. Y, también, considero que hay otros sitios donde comprar como el casi
extinto almacén de barrio, los mercados de economía solidaria, los mercados de
alimentos orgánicos, pequeños emprendimientos, etc. Pero hay algo que también
es cierto: son sistemas que no alcanzan a competir con los gigantes de la industria
y no alcanzarían a abastecer las necesidades de todos.
Pero todo eso no me tapa los ojos, ni me endulza el oído: la
inflación es eso y un montón de variables macroeconómicas, que un experto
podría explicar mil veces mejor que lo que alcanzo a entender. No tenemos que
dejarnos llevar por el discurso oficial que, encima, transa con las empresas y
nos carga de culpa/responsabilidad a nosotros por querer comer.
Lo más sencillo y palpable que podemos ver es de libro: el
aumento astronómico de la emisión monetaria. Basta mirar por qué serie vamos
del billete de 100 pesos. Como con las
patentes, no sé qué va a pasar cuando se les acabe el abecedario. Ni qué se les
va a ocurrir, porque esta gente está más para un match de impro en “El Bululú”
que para dirigir un país.
Por las dudas, por si hay algún caído/a/x/e/@ del catre, de
la emisión de moneda se encarga el Banco Central, no de la impresión de los
billetes - de eso es de lo que tiene que hablar el Vicepresidente en estos días-,
sino de autorizar a la maquinita a sacar papeles como churros en Mar del Plata.
Hay que decirlo: nuestro Estado interviene en la economía -Cuando
le conviene-.
Por eso, cuando el Secretario de Comercio Interior era
Guillermo Moreno, los empresarios “se portaban bien”-no lo reivindico, sólo que
desconozco la labor de quien lo reemplaza-. Porque es esa Secretaría la que
autoriza precios, transacciones, importaciones de insumos, etc. Es decir: los
sobreprecios no se dan por obra y gracia del malvado empresario. Pero si van a
hacer acuerdos, que los hagan de verdad.
Primero acordaron precios. Nos cansamos de ver como en las
góndolas de los supermercados había faltante de montones de artículos que
estaban en el listado. Dijeron que iban a sacar a sus patrullas militantes a
controlar. Con o sin control, faltaban las cosas. La culpa fue del chancho y
del que le dio de comer, sin dudas.
Ahora, tenemos los precios cuidados. Más me suenan al famoso
“desnudo cuidado” del que hablan las artistas cuando se atreven a mostrar una
teta en un escenario.
Los precios cuidados ¿de quien? ¿Para quien?
Porque sigue pasando lo mismo: hay desabastecimiento intencional. No sé si por parte del dueño del supermercado
o de la empresa distribuidora o de la productora. No se encuentran artículos y
punto. Y nos proponen a nosotros a que salgamos a controlar. Disculpen, pero no
puedo. O no quiero. Porque pretendo que
dejen la opereta de lado y se pongan a trabajar en serio. Que dejen de hacernos
sentir como unos estafados constantes.
Se victimizan. Es genial: ellos hacen vida de jeques y son las víctimas
de estos “golpistas”. Hay que ser iluso para no darse cuenta que las relaciones
entre ciertos sectores del poder económico y el gobierno están más que bien
pero que no nos favorecen.
Es notorio como, cuando hablan de corporaciones (con
connotación negativa), se refieren a ciertos monopolios de medios y, ahora, a las
cadenas de supermercados. Pero de los
otros peces gordos mejor ni hablar. Porque los pesos pesados de la industria
alimenticia están excluidos de la discusión. Lo mismo los laboratorios, porque
nadie habló de hacer un paro de pacientes y no consumir medicamentos cuyo
precio aumentó un 25% -Aclaro que es una exageración mi propuesta, pero quiero
resaltar como “las corporaciones” son unas pocas. Las demás, están bendecidas-.
La nafta aumentó y Shell quiere voltear al gobierno. También,
Oil e YPF aumentaron. Pero lógico, ¿como esas dos empresas van a querer
desestabilizar al gobierno? Entonces aparece el que se hace llamar marxista y
autoriza un 6% en el incremento para todos y todas los y las petroleros y
petroleras. No discuto la intervención
en el freno a los aumentos. Discuto el modus
operandi. La medida y el discurso para la gilada.
Discuto que fomentaron por años el consumo irrestricto de
autos y tecnología, causando un severo impacto ambiental. Discuto que
fomentaron el consumo per se. Se
llenan la boca diciendo que la sociedad estadounidense es consumista, pero
mandan a sus hijos a estudiar afuera y te habilitan una tv en 50 cuotas. Y ahora, es tan malo consumir, que toman
medidas que se contradicen. El Jefe de
Gabinete nos llama avaros y el presidente del BCRA, aumenta las tasas de
interés de los plazos fijos.
Cualesquiera sea, todo apunta a bajar el consumo. Pero hasta el de
productos de primera necesidad. Nunca se propuso quitar el IVA a ciertos
artículos: ¿mirá si van a ser tan
revolucionarios?
Entonces, ante la incertidumbre, a lo único que me queda
apelar es al buen sentido crítico. Está bien que tomemos una de las riendas de
la situación, pero sería bueno si las tomásemos todas y exigiéramos a quien nos
vende, que baje el precio y a quien debe velar por nuestro bienestar, que lo
haga.