19 de agosto de 2014

Hagamos una vaquita


No puedo –ni quiero- evitar la indignación que me genera que médicos y familiares de pacientes estén juntando dinero para comprar un equipo de primera necesidad para un hospital público.

Un resonador. Un equipo carísimo que sirve para detección de enfermedades graves y otras no tanto. Es una herramienta fundamental en la medicina actual, no debería faltar en hospitales de ciertas dimensiones.

El Hospital General Interzonal de Agudos especializado en pediatría “Sor María Ludovica” no es una salita de primeros auxilios. Es el hospital de niños más grande la Provincia de Buenos Aires. Tiene todo tipo de especialidades. Atienden a gente de bajos, medios y altos recursos. Atiende a platenses y a “foráneos”. Es una institución grandísima, frente al Parque Saavedra, con una edificación muy vieja y un área nueva para consultorios externos que, según me comentó una médica de allí, es casi cartón pintado.

No me canso de repetir lo agradecida que estoy por haber pasado por allí. Me atendí entre el ’95 y el 2001, cuando mi queridísima endocrinóloga me dijo que yo ya estaba grande para ir a su consultorio. Irma se jubiló ahí. Sabía a la perfección quienes éramos sus pacientes, de donde veníamos, cual era  nuestra situación en casa. No se le pasaba un dato. Una laburante, una profesional como pocas. Su amor por la medicina y la docencia superaba las desavenencias del subsuelo en el que atendía. Y no era ella sola: firme como rulo de estatua estaba Hilda. Una enfermera muy particular. Ella nos tomaba la glucemia antes de que pasáramos al consultorio. Tengo grabados en mi memoria muchos recuerdos del “hospi”. Los desayunos en el bar de planta baja, las largas esperas en el subsuelo, los pasillos, las familias que veía, los ascensores antiguos, el laboratorio. Todo, todo, sin pagar un solo centavo por la atención brindada.

También pasé por traumatología por un tema menor que había descubierto un pediatra de La Costa. Él, platense, le dijo a mi mamá: “ya que vas al Ludovica, hacela ver allá: es la mosca blanca de los hospitales de la provincia”. Ni más ni menos, dijo eso.

No sólo yo tuve la suerte de tener todo eso, sino que  a una compañera de la primaria, a los 6 años, le descubrieron cáncer. Y fue allá, porque en San Clemente le dieron un diagnóstico errado y, por esas cosas, sus padres la llevaron a La Plata. Ellos, como nosotros, eran muchos de familia y con muchos problemas económicos. Allí la atendieron, la cuidaron y la curaron. Y la siguieron controlando todo lo necesario hasta que, también, “la echaron por vieja”.

Con el paso de los años y de los campamentos para chicos con diabetes,  conocí a muchos pacientitos. Gran parte de ellos, con deficiencias socioeconómicas. De ambientes hostiles, padres analfabetos, ausentes, laburantes, presentes, acomodados, de La Plata, del interior de la provincia…a todos, las médicas los invitaban a venir. No conocí un lugar que emparejara más que ese Hospital. Con mayúscula, porque lo que hacen es de tamaña importancia. Con mínimos recursos, laburan.

Si a mí me piden colaboración con el Ludovica, colaboro. Porque agradezco profundamente todo lo que me dieron. Pero no puedo evitar pensar que millones de bonaerenses pagan sus impuestos y que, luego, deban pagar un resonador, cuando el dinero para tal compra debiera salir de las arcas provinciales.

El Director Ejecutivo de la Agencia de Recaudación de Buenos Aires largó, hace unos meses, un “Plan de Inclusión Tributaria” el cual constaba de un plan de pagos con importantes quitas en los intereses de las deudas de los impuestos provinciales. El plan sigue existiendo con menos beneficios, actualmente. ¿Cuál será el concepto de inclusión tributaria si el dinero de los contribuyentes termina en campañas políticas millonarias y no en la mejora de escuelas, hospitales, rutas y otras cuestiones que corresponden al Estado?

¿A quién se incluye y a dónde?

Pienso en las miles de familias que asisten a La Plata en busca de una solución, una cura, una respuesta. ¿Dónde se hacen resonancias quienes no tienen obra social? ¿Tienen que ir de un centro de salud a otro en una peregrinación?

Es tan desesperante saber que hace 6 años aguardan por el equipo y que, como si fuera una colecta para un viaje de egresados,  tienen que armar un grupo en Facebook y que, por ello, ahora es noticia la situación del hospital, que no encuentro palabras para describir la desidia y el abandono en el que incurren tanto Daniel Scioli como Alejandro Collia, Ministro de Salud provincial- quien en su cuenta de Twitter siempre comenta las acciones territoriales que hacen desde su dependencia-.

Es probable que, en tiempos de campaña, aparezca el equipo. Es probable que, por ello, hagan un acto hermoso y solemne, junto con las autoridades del Hospital. Y que muchos niños se beneficien con la adquisición. Pero lo más probable es que todo este reclamo, en un tiempo no muy largo, caiga en el olvido y que otro centro de salud necesite equipamiento moderno y la rueda empiece a girar de nuevo.