Cada Día de la Mujer trae una nueva discusión acerca de la
importancia –o no- de la jornada.
Mientras algunas insisten en recordar que es el día de la
mujer trabajadora, a la par de que reivindican derechos de género y se propone
una lucha por la ampliación de los mismos, otras exigen que no se frivolice el
motivo de lo que se conmemora.
Pero, casualmente, ambas partes se tocan aunque sus
divergencias ideológicas parecieran separarlas.
Quienes exigen que se enarbole la lucha mujer trabajadora, dejan
por fuera a las que no son trabajadoras,
por ejemplo, a las amas de casa. A veces, por elección o circunstancias que
arrojan a ello, algunas mujeres deben quedarse en sus casas y no están exentas
de sufrir la violación de derechos que sufren las que trabajan. Entonces,
establecer una división entre las que trabajamos y las que no, me parece que,
en el Siglo XXI, es una dicotomía innecesaria del género cuando se aspira a
ampliar las obligaciones del Estado en su rol de protector de la sociedad. ¿Es más mujer quien sale al mundo laboral que quien
se queda en casa siendo que, quizá, ambas tengan los mismos problemas?
Por ejemplo, la violencia doméstica atraviesa a féminas de
cualquier clase social y, en muchísimas oportunidades, algunas se ven
cercenadas de su derecho de trabajar porque un marido “celoso” no le permite
traspasar el umbral del hogar.
Se crearon Comisarías de la Mujer para denunciar a
abusadores. Pero las comisarías “comunes” siguen endilgando la responsabilidad
a la víctima. ¿Pero qué podemos esperar cuando uno de los diputados insignia de
La Cámpora está denunciado por pegarle a su ex esposa y nadie hace nada?
Así como existe ese gran problema de difícil resolución y
que, día a día, se cobra nuevas víctimas, mujeres trabajadoras y no trabajadoras
enfrentan otras desprotecciones del Estado en materia de interrupción
voluntaria del embarazo. Eso cruza al género sin importar el lugar en el que
cada una se encuentre. Decididamente, el
gobierno nacional – que hace bandera de las políticas de género implementadas-
ha optado por desatender el pedido de los partidos de izquierda de tratar la
despenalización del aborto y de asegurar atención gratuita en el caso de que
una persona lo requiera.
Mientras el Ministerio de Desarrollo Social hace una campaña
en la que algunas figuras dicen no querer flores, como réplica a la
frivolización y el consumismo propuesto por el mundo empresario en este día,
mueren mujeres –en su mayoría pobres- por abortos realizados en condiciones
clandestinas, de nula asepsia y de dudoso conocimiento científico por parte de quienes
lo practican. Claro, no querrán flores, pero tampoco abortos.
Otro milagro del papado de Jorge Bergoglio, perdón,
Francisco, para los amigos políticos. Lograr sacar de la agenda del Legislativo
una medida sinceramente progresista, como lo fuera el matrimonio entre parejas
del mismo sexo que se dio previo a que el cura denunciado como un cómplice de
los militares por los que se sacan fotos con él, esté vestido de blanco.
Asimismo, algunas de las chicas que dicen no querer flores y
que apoyan la gestión oficialista se hicieron conocidas de diversas formas como
por ejemplo, “Claudia”, esa mujer que consume sin parar con la tarjeta de
crédito del Banco de Galicia, que tiene problemas con su marido por eso, pero
ella es viva y se gasta todo. O una profesora universitaria que aducía motivos
familiares para faltar a sus deberes académicos y, luego, salía en 678. También,
una a quien conocimos como una “gallega” sexy, allá por los ’90 y otra que
impulsa la movida snob del parto domiciliario –inaccesible para las chicas de
menos recursos- y las teorías del colecho. (Claro, es que se olvida que,
algunas, hacen colecho o “co-dormitorio” con 5 o 6 hijos en una casilla y por
obligación no porque es cool). Simpático, ¿no?
Es muy progre decir “no queremos flores” cuando, lógico, el
debate está en otro lado pero no lo abordamos.
Un derecho que no nos ha sido posible conseguir es el de la
licencia por maternidad de 180 días y 15 días por paternidad. No, no es una
utopía: Córdoba y Corrientes las sancionaron como leyes para sus planteles
estatales. Hasta ahora, no hay intenciones de las demás provincias de avanzar
en materia de esa extensión ni del Congreso de la Nación para ampliar la Ley de
Contratos de Trabajo.
Los informes de la Organización Mundial de la Salud
establecen que para el desarrollo del niño, en los primeros 6 meses de vida-
salvo condiciones adversas-, el único alimento debe ser la leche materna y
prolongar el suministro de la misma hasta los 2 años. Ello, que ha ido tomando dimensiones
importantes a lo largo del tiempo, con campañas que fomentan amamantar a los
bebés, pareciera no importar a los legisladores. En tiempos en los que la mujer
trabaja a la par o más que su pareja –si la tiene-, mantener la exclusividad de
la lactancia materna se hace casi imposible aunque hasta el año de la criatura
la jornada laboral sea reducida –siempre y cuando hablemos de empleo en
blanco-. No es un dato menor. Habla de cuánto avanzamos en materia de salud
mental, emocional y física para la madre y el niño: poco.
Y así podemos seguir enumerando situaciones en los que
muchos miran al costado y cada uno dice cómo, cuándo y quiénes podemos
conmemorar el 08 de marzo. Todo el berenjenal discursivo no deja de ser parte
de lo que vivimos como sociedad: una constante división entre los iluminados de
un lado y los iluminados del otro, que tienen la razón y determinan lo que está
bien o mal.
Por lo pronto, y aunque pueda pecar de ilusa, desearía que
más mujeres accedan a salud pública de calidad y gratuita, que trabajen en
blanco, que puedan estar mucho tiempo con sus hijos y su familia, que estudien,
que bailen, que canten, que no sufran, que rían y que vacacionen. Pero más que
nada que puedan elegir y desear, porque nadie debería decir cómo vivir.