10 de enero de 2020

Cuestión de Precio


La inflación genera inestabilidad económica y nos convierte en un país poco confiable incluso para nosotros, los habitantes. Acostumbrados a tener una importante intervención estatal en el mercado, pedimos a gritos que se controlen los precios y, por ello, durante la presidencia de Cristina Fernandez, surgió el programa Precios Cuidados. A priori, sonaba interesante en un contexto inflacionario que parecía no tener fin. Y, al día de la fecha, no lo tuvo.
Precios Cuidados, que luego se llamó Precios Esenciales para volver a su nombre original, pues vivimos en Macondo, fue y es un fracaso. Inicialmente, porque por más intervención estatal, convenios con el empresariado y mar en coche, los precios del programa van aumentando, los productos no se encuentran en góndola, bajan la calidad de los productos, los suplantan por otros aun peores…y el listado no contempló, nunca, una dieta balanceada. ¿Por qué? Porque nunca convocaron, a las mesas de acuerdos, a profesionales de la salud. Porque la tendencia sólo fue a contener la sensación constante de la vuelta de la hiper inflación pero, con lo que no contaron los cráneos, es la hiperinflación en materia de enfermedades no transmisibles relacionadas con los malos hábitos alimenticios.
Según la 4ta Encuesta Nacional de Factores de Riesgo, realizada por la entonces Secretaría de Salud y el INDEC, el 61% de los argentinos tiene sobre peso, de los cuales el 25% padece obesidad. El número es cuanto menos, alarmante. La obesidad es una patología multifactorial que, además, tiene muchas comorbilidades que no sólo afectan a la vida cotidiana del paciente sino que, en una visión macro, hasta es perjudicial para el sistema de salud.
No se es obeso por  “no saber cerrar la boca” pero la calidad de los alimentos ingeridos tiene incidencia directa. Las abuelas decían que no confundamos gordura con hinchazón y esa frase se aplica a todo lo relativo a este artículo: primero, no es un manifiesto contra los obesos. Segundo: confunden comer con alimentar, quienes ingenian los programas de precios.
Si revisamos las listas de alimentos y nos ponemos taxativos, son alimentos porque están nomenclados en el código, pero ¿qué aporte nutricional tienen? ¿Podemos decir que las bebidas alcohólicas tienen un aporte nutricional aparte de las 7 kCal/g vacías que tienen? Porque una cosa es contar calorías y otra es estar teniendo una nutrición saludable. Por caso, un alfajor aporta unas 200 kCal y uno podría comerse 10 al día y obtener las 2000 diarias y ya. Pero no, no pasa por ahí. Aprender a alimentarse no es fácil, menos en los tiempos que corren, con los precios que convierten en prohibitivos a productos como el pescado (¡en Argentina!), pero si el actual gobierno vino con la promesa de llenar la heladera y los bolsillos, habría que preguntarse con qué pensaban llenar la heladera y llenarle los bolsillos a quién y acá entra la cuestión la bebida que todos queremos tener en nuestra mesa y que nos copó hasta la Navidad vistiendo a Papá Noel de rojo y blanco, como si fuera de Independiente, déjenme pensar eso.
Siento vergüenza ajena de haber leído y escuchado a periodistas, sociólogos, políticos y otros mercachifles quienes, haciendo un contorsionismo ideológico digno de ser presentado en el Circo Rodas, explicaban que no se entendía el enojo por la aparición de tal bebida en el listado. ¿Cómo podemos construir una sociedad con personas que niegan los datos estadísticos que están a la vista y que echan por la borda cualquier intento de tener una sociedad más saludable?
Habría que redefinir el concepto del programa Precios Cuidados, entonces. ¿Es para cuidar la economía doméstica? ¿Es para “democratizar” el consumo? ¿Es para tener una sociedad medianamente alimentada? Del último listado, se desprende que la respuesta a la tercera pregunta es: claro que no.
Poner esa bebida rica, sabor cola, en la mesa no tiene ningún beneficio excepto para la empresa que tiene la fórmula secreta.  Fue muy lindo ver a Caparrós y a Lepes defenestrar el consumo de la misma hace unos días (obviando que el anterior gobierno quiso ponerles un tributo y el lobby empresario echó por la borda eso) y es muy hermoso ver ahora a los intelectuales progres decirnos que nos enoja porque los pobres sólo están confinados a consumir las segundas o terceras marcas. No tienen un ápice de vergüenza. Combaten al capital, pero de a ratitos. Mientras tanto, niegan la incidencia negativa del consumo de la bebida que afloja tornillos. Ojo, me encanta. Bien helada es riquísima. Pero sé que es una porquería.
También leí que, si está en el programa, achata los precios de las demás marcas. No sé si reírme o llorar. Ahora te explican economía tirada de los pelos, una cuenta de Twitter que se llame así, por favor.
Si bien el programa no es un incentivo directo al consumo, al estar en mejor precio, si uno duda, compra. “Con lo caro que está todo, me doy el gustito de tomarme una bebida por $x pesitos”. Y sí, funcionamos así. Se rodean de sociólogos pero se ve que ninguno es experto en consumo.
Claramente, focalizo en esto porque una botella de este producto funciona como la “droga de la verdad” o los famosos anteojos Transnudens que usaba Gianni Lunadei. Bueno, lo voy a decir en centennial: es como el rayo peronizador. Como pasó con Bergoglio, con los conversos que fueron y vinieron de las filas K –incluido el presidente- y ahora con esta gasesosa: primero, destruimos al supuesto enemigo y, cuando los jefes en menos de una semana te cambian los papeles, salimos a defenderlo, pues obediencia debida. Y ahí entran a agarrarse la punta del pie con la mano, pero con la espalda arqueada.
Son gimnastas olímpicos en explicarte que está buenísimo y re genial tomar gaseosa a un precio subvencionado/acordado con el Estado, pero no tienen la gimnasia neuronal suficiente como para reconocer que el programa sólo sirve para consumo y no para alimentación. Que los productos contenidos parecen auspiciados y fomentados por la industria farmacéutica, así te vende más metformina. O por marcas de “ropa para gordos”.
No comprenden que, ante la situación inflacionaria, el consumo se vuelca hacia lo más accesible y si las galletitas salen más baratas que las frutas, pues comeremos galletitas. No importa, igual, si aumentan la obesidad, la diabetes y los problemas cardiovasculares, ¿saben por qué? Porque volvimos a tener Ministerio de Salud.