20 de octubre de 2019

Mamá

Quienes nos conocen a mamá y a mí, dicen que me le parezco bastante. Quienes conocen sólo a una, también. Mis hermanos dicen que soy como una especie de sucursal de ella y yo evito que piensen así. Con la llegada de los audios de whatsapp, muchas veces, cierro diciendo "ya soy mi vieja" porque me voy en extensión o cantidad o dispersión. Inexorablemente, me le voy pareciendo.
Mamá es una persona muy particular. A simple vista, puede parecer una persona sencilla, pero carga en sus espaldas una vida llena de hechos desafortunados. Así y todo, tiene un sentido del humor especial. Podemos reirnos hasta el espasmo y las lágrimas con sólo dos pavadas. Cuenta, en su haber como madre, esas anécdotas o esas frases que repetimos una y otra vez cuando jugamos a imitarla. A veces, es un match entre mi hermana y yo, a ver a quién le sale mejor.
Mami tuvo 8 hijos y, asegura -lejos de ser una mamá luchona- que siempre quiso eso. Y asegura que no se arrepiente de haber decidido quedarse en casa y dejar de trabajar en el banco para pasar a trabajar de ama de casa 24/7. Si bien la situación era adversa, también creo que hizo bien. Eramos muchos y muy pequeños y era imposible sostener el ritmo de la casa.
Los años en San Clemente fueron una experiencia bastante traumática, supusieron un exilio impensado a La Costa, los 2 meses de vacaciones que se convirtieron en 29 años. Y ello tuvo un costo altísimo, que incluyó cuestiones familiares que elijo guardarme, pero que, al día de la fecha, siguen teniendo consecuencias.
En medio de esa casa semi destruida, mamá hizo lo posible para que se sintiera lo menos posible el espanto. Nos leía todas las noches. Nos cantaba canciones (o fragmentos) las noches de tormenta en las que, muertos de miedo y corridos por las goteras, dormíamos casi todos juntos repartidos entre 2 camas. Inventó platos sabrosos y nutritivos con 2 o 3 ingredientes. Con agua helada, en pleno invierno, lavó a mano nuestra ropa, hasta que se pudo comprar un lavarropas semi automático. Vivió mucha soledad y se refugió en la religión, una por la cual no festeja este día y por ello no la saludo, pero eso no implica que, a mi modo, yo no le agradezca los esfuerzos.
Se puso al hombro el tratamiento de mi diabetes y me obligó a ir a mi primer campamento, dandome una herramienta importantísima: la independencia.
Si bien las circunstancias me llevaron a ser casi su mano derecha, mi vieja me enseñó -sin hacerlo expresamente- a ser independiente y resuelta. La he visto cambiar enchufes y a resolver situaciones muy difíciles. También, apoyó cada una de las actividades que quise hacer. Rara vez decía que no.
Si bien no coincidimos en muchísimas cuestiones y modos de ver la vida, tenemos un diálogo muy fluido y podemos pasarnos horas hablando.
No somos amigas, por suerte. Mamá es mamá y yo soy hija.
Aun tengo que explicarle que no le pongo leche al mate cocido y que sé que hacer cuando tengo hipoglucemia. Que no ando sola tarde y que me se cuidar, que ya soy grande y sé que duermo pocas horas, que no se preocupe, que este es un esfuerzo más, que ya pasa. Y ya se que me va a contestar que yo no la entiendo porque no estoy en su lugar, lejos y preocupándose por todos. También me va a mandar fotos de lo que cocinó ese dia, con la respectiva receta via audio, a lo que contestaré "qué rico, pero no se cuando la voy a hacer" y mandará 5 o 6 audios más con tips que no pedí, pero acepto.
Hace mas de 15 años que abandoné su casa y, por suerte, la tecnología nos va achicando las distancias, tanto, que tengo ahora una foto de un plato enorme de milanesas recién empanadas y un mensaje preguntando: ¿serán unas buenas milanesas?
Y sí, estoy segura de que lo serán.

1 comentario:

Anónimo dijo...

sale post sobre los cambios laborales para los residentes?