La expectativa del balotaje es tremenda. No recuerdo haber
visto tanto desgaste previo a una elección, simplemente, porque tengo 30 años y
comencé a votar en 2005. Si bien llevo una vida con mucho interés por la
política, mis registros sobre las campañas son vagos.
Estos días los estoy viviendo con un estrés enorme y me
siento como si tuviera que salir del clóset a contar a quien voy a votar,
cuando es claro que, ante todo, llevo mi antiperonismo como bandera y no me da
ni un poco de vergüenza hacer gala de ello. No por los logros o las
ampliaciones de derechos sino que estoy en contra de las prácticas peronistas,
el modo discursivo y de plantear la vida de un país que tienen. Es todo ese
combo que me repele desde que tengo uso de razón, tal vez, porque yo escuchaba
a mi mamá reivindicar al “profe” Alfredo Bravo y a mi papá imitar al Pocho a
modo de sátira.
Está imposible entrar en Facebook donde gran parte de mis
amigos/contactos parecieran ser kirchneristas o peronistas desde el día 1 y
ahora se suman, con justificación ideológica o no, a pedir/exigir, que votemos
a Scioli.
Hipocresía total. Así como reconozco la dimisión de mi
ideología en la guerra con el pragmatismo, ninguno reconoce que, al votar a
Scioli, también deja sus ideas en una bolsa que se llama “mi pensamiento
crítico me lo guardo para otro día”.
Aun no entiendo como la comunidad de la Facultad de Ciencias
Sociales, mis ex compañeros, mis amigos y hasta mis hermanos, no se
pronunciaron contra la aberrante resolución del Consejo Directivo. Yo ya no soy
alumna de la Casa. Lo fui en los días más felices, que no fueron los
peronistas, precisamente. Hoy veo a una facultad cooptada por los intereses
económicos de un grupo de fanáticos a los que escuché decir en una clase “los
gorilas” riéndose, como si todos compartiéramos el pensamiento retro del
kirchnerismo, que- siguiendo el furor por los 30 años de Volver al Futuro-
trajo a nuestro vocabulario palabras y significantes que creímos caídos en el
olvido.
Tampoco entiendo las movidas artísticas, los predicadores,
los Testigos del Modelo: mucha, mucha gente viene y nos cuenta, a los que ya
sabemos por qué Scioli no es opción, que accedió a un montón de cosas de la
mano de esta gestión. ¿A qué apelan? ¿A la obediencia debida? ¿No pueden
continuarse los beneficios obtenidos venga quien venga? Muchas son leyes, con
lo cual, habría que derogarlas y eso conlleva un trabajo parlamentario tedioso.
¿Acaso creen que no defenderíamos las leyes? ¿Por quienes nos toman?
Cuando Horacio Rodríguez Larreta se postulaba para Jefe de
Gobierno, en casa tocaron el timbre preguntándonos cosas sobre la campaña de
él, lo que opinábamos de la Ciudad y nos dejaron un volante. A ellos los llamé
los Testigos de Horacio, ya que me recordaron a los Testigos de Jehová que van
predicando de puerta en puerta, la segunda llegada de Jesús y todo eso. A
estos, se les sumaron los Testigos del Modelo: te predican en la calle, en tu
casa, en el colectivo, en parques y en las redes sociales que si gana Macri
viene lo peor. Recaigo en lo de siempre: la similitud del fanático religioso
con ellos es tal que me espanta. Es la necesidad de creer, de infundir miedo,
la promesa de algo mejor para tener más fieles. Se organizan como los
Evangelistas, arman ceremonias que se asemejan a lo que pasa con el Pastor
Evandro en la televisión. Parecen poseídos, como Matías Alé, rezando la marcha
peronista.
Todo eso está pasando a nivel social. Miles de personas
esforzándose por conseguirles votos y ellos van, aprovechando el ridículo que
hacen, destejiéndole a Penélope. Ministros que amenazan, organismos públicos
plagados de carteles, asunciones fraudulentas: las señales de fin de ciclo
están ahí, para que las veamos, las palpemos y decidamos cual es el “modelo”
que queremos.
Me hablan de volver a los 90. En otros posteos ya les conté
como fueron esos años para mí. Y no me da vergüenza contarlo. Ni contar los
cambios. Pero no puedo establecer comparaciones desde mi situación personal: es
tan egoísta como los que te dicen “pude comprar una casa, tener a mi hijo por
la ley de fertilización, etc”. No chicos, no vamos a volver a los 90, pero les
digo algo: pibes que nacieron en la 2da presidencia de Mendez me quieren contar
la historia. No soy mucho más grande,pero era muy despierta. Yo me acuerdo de
María Julia, Cavallo, el caso IBM-Banco Nación, la muerte de Carlitos Jr, la
voladura de Río Tercero. De todo eso me acuerdo. Y me acuerdo del 2001. Me
acuerdo de la angustia, de ir de viaje de egresados en 2002 vendiendo cosas
porque no había un mango, de los padres de mi amigo Cristian vendiendo solo
salchichón primavera para subsistir. También me acuerdo del Club del Trueque, ¿como
no? Pero también me acuerdo de no poder conseguir trabajo fijo hasta 2005, del
cierre de importaciones que no contempló las cosas que no se hacían en el país
y dejó gente sin trabajo, pacientes sin medicamentos; me acuerdo de la
desaparición de Jorge Julio Lopez, de la muerte de Juan Castro, de Guillermo
Moreno, Boudou y una inmensa lista de cosas que sería interminable. Me hablan
de volver a los 90 y a las privatizaciones que ellos votaron para luego “repatriar”.
De leyes votadas entre gallos y medianoche que tienen un montón de baches. Me
hablan de la mal llamada Ley de Medios que, al final, sólo sirvió para colocar
una placa que diga quien es el dueño del medio y no para pluralizar voces. Me
hablan de la Asignación Universal por Hijo, proyecto de Elisa Carrió que
bocharon y que realmente pretendía ser universal. Me hablan del Procrear, plan
al que no puede acceder ninguno de mis conocidos porque o no es lo
suficientemente pobre o es demasiado clase media para salir concursado. Me
hablan del plan de becas universitarias, que sólo sirven para gente que es pobre
y que, quizá, deba abandonar la facultad para morfar. Me hablan de una
universidad gratuita con ingreso irrestricto, falacia amplia si las hay,
viniendo de la UBA, universidad que forma profesionales de elite y que tiene un
ciclo básico que tamiza todas las deficiencias del nivel medio dejando alumnos
frustrados por el camino y un concepto errado de gratuidad, en el que la señora
que con la AUH compra la leche para sus hijos, me paga los estudios a mí, que
trabajo y me puedo solventar y si su hijo no cae con el paco, termina el
colegio más o menos y quiere, podrá estudiar. Me hablan de la redistribución de
la riqueza cuando los jueces no pagan impuesto a las ganancias, ni lo hace la
renta financiera. De todo eso nos hablan los Testigos del Modelo. Imagínense
que yo no creo en Dios, menos voy a creer en algunos hombres que dicen que
existe.