6 de noviembre de 2015

Testigos del Modelo



La expectativa del balotaje es tremenda. No recuerdo haber visto tanto desgaste previo a una elección, simplemente, porque tengo 30 años y comencé a votar en 2005. Si bien llevo una vida con mucho interés por la política, mis registros sobre las campañas son vagos.

Estos días los estoy viviendo con un estrés enorme y me siento como si tuviera que salir del clóset a contar a quien voy a votar, cuando es claro que, ante todo, llevo mi antiperonismo como bandera y no me da ni un poco de vergüenza hacer gala de ello. No por los logros o las ampliaciones de derechos sino que estoy en contra de las prácticas peronistas, el modo discursivo y de plantear la vida de un país que tienen. Es todo ese combo que me repele desde que tengo uso de razón, tal vez, porque yo escuchaba a mi mamá reivindicar al “profe” Alfredo Bravo y a mi papá imitar al Pocho a modo de sátira.

Está imposible entrar en Facebook donde gran parte de mis amigos/contactos parecieran ser kirchneristas o peronistas desde el día 1 y ahora se suman, con justificación ideológica o no, a pedir/exigir, que votemos a Scioli.

Hipocresía total. Así como reconozco la dimisión de mi ideología en la guerra con el pragmatismo, ninguno reconoce que, al votar a Scioli, también deja sus ideas en una bolsa que se llama “mi pensamiento crítico me lo guardo para otro día”.

Aun no entiendo como la comunidad de la Facultad de Ciencias Sociales, mis ex compañeros, mis amigos y hasta mis hermanos, no se pronunciaron contra la aberrante resolución del Consejo Directivo. Yo ya no soy alumna de la Casa. Lo fui en los días más felices, que no fueron los peronistas, precisamente. Hoy veo a una facultad cooptada por los intereses económicos de un grupo de fanáticos a los que escuché decir en una clase “los gorilas” riéndose, como si todos compartiéramos el pensamiento retro del kirchnerismo, que- siguiendo el furor por los 30 años de Volver al Futuro- trajo a nuestro vocabulario palabras y significantes que creímos caídos en el olvido.

Tampoco entiendo las movidas artísticas, los predicadores, los Testigos del Modelo: mucha, mucha gente viene y nos cuenta, a los que ya sabemos por qué Scioli no es opción, que accedió a un montón de cosas de la mano de esta gestión. ¿A qué apelan? ¿A la obediencia debida? ¿No pueden continuarse los beneficios obtenidos venga quien venga? Muchas son leyes, con lo cual, habría que derogarlas y eso conlleva un trabajo parlamentario tedioso. ¿Acaso creen que no defenderíamos las leyes? ¿Por quienes nos toman?

Cuando Horacio Rodríguez Larreta se postulaba para Jefe de Gobierno, en casa tocaron el timbre preguntándonos cosas sobre la campaña de él, lo que opinábamos de la Ciudad y nos dejaron un volante. A ellos los llamé los Testigos de Horacio, ya que me recordaron a los Testigos de Jehová que van predicando de puerta en puerta, la segunda llegada de Jesús y todo eso. A estos, se les sumaron los Testigos del Modelo: te predican en la calle, en tu casa, en el colectivo, en parques y en las redes sociales que si gana Macri viene lo peor. Recaigo en lo de siempre: la similitud del fanático religioso con ellos es tal que me espanta. Es la necesidad de creer, de infundir miedo, la promesa de algo mejor para tener más fieles. Se organizan como los Evangelistas, arman ceremonias que se asemejan a lo que pasa con el Pastor Evandro en la televisión. Parecen poseídos, como Matías Alé, rezando la marcha peronista.

Todo eso está pasando a nivel social. Miles de personas esforzándose por conseguirles votos y ellos van, aprovechando el ridículo que hacen, destejiéndole a Penélope. Ministros que amenazan, organismos públicos plagados de carteles, asunciones fraudulentas: las señales de fin de ciclo están ahí, para que las veamos, las palpemos y decidamos cual es el “modelo” que queremos.

Me hablan de volver a los 90. En otros posteos ya les conté como fueron esos años para mí. Y no me da vergüenza contarlo. Ni contar los cambios. Pero no puedo establecer comparaciones desde mi situación personal: es tan egoísta como los que te dicen “pude comprar una casa, tener a mi hijo por la ley de fertilización, etc”. No chicos, no vamos a volver a los 90, pero les digo algo: pibes que nacieron en la 2da presidencia de Mendez me quieren contar la historia. No soy mucho más grande,pero era muy despierta. Yo me acuerdo de María Julia, Cavallo, el caso IBM-Banco Nación, la muerte de Carlitos Jr, la voladura de Río Tercero. De todo eso me acuerdo. Y me acuerdo del 2001. Me acuerdo de la angustia, de ir de viaje de egresados en 2002 vendiendo cosas porque no había un mango, de los padres de mi amigo Cristian vendiendo solo salchichón primavera para subsistir. También me acuerdo del Club del Trueque, ¿como no? Pero también me acuerdo de no poder conseguir trabajo fijo hasta 2005, del cierre de importaciones que no contempló las cosas que no se hacían en el país y dejó gente sin trabajo, pacientes sin medicamentos; me acuerdo de la desaparición de Jorge Julio Lopez, de la muerte de Juan Castro, de Guillermo Moreno, Boudou y una inmensa lista de cosas que sería interminable. Me hablan de volver a los 90 y a las privatizaciones que ellos votaron para luego “repatriar”. De leyes votadas entre gallos y medianoche que tienen un montón de baches. Me hablan de la mal llamada Ley de Medios que, al final, sólo sirvió para colocar una placa que diga quien es el dueño del medio y no para pluralizar voces. Me hablan de la Asignación Universal por Hijo, proyecto de Elisa Carrió que bocharon y que realmente pretendía ser universal. Me hablan del Procrear, plan al que no puede acceder ninguno de mis conocidos porque o no es lo suficientemente pobre o es demasiado clase media para salir concursado. Me hablan del plan de becas universitarias, que sólo sirven para gente que es pobre y que, quizá, deba abandonar la facultad para morfar. Me hablan de una universidad gratuita con ingreso irrestricto, falacia amplia si las hay, viniendo de la UBA, universidad que forma profesionales de elite y que tiene un ciclo básico que tamiza todas las deficiencias del nivel medio dejando alumnos frustrados por el camino y un concepto errado de gratuidad, en el que la señora que con la AUH compra la leche para sus hijos, me paga los estudios a mí, que trabajo y me puedo solventar y si su hijo no cae con el paco, termina el colegio más o menos y quiere, podrá estudiar. Me hablan de la redistribución de la riqueza cuando los jueces no pagan impuesto a las ganancias, ni lo hace la renta financiera. De todo eso nos hablan los Testigos del Modelo. Imagínense que yo no creo en Dios, menos voy a creer en algunos hombres que dicen que existe.

15 de septiembre de 2015

¿Y si el cielo realmente existe?



“¿Y si mi mamá se va al cielo?” le preguntó Isabel de 5 años a su abuela ante la incertidumbre de no saber si iba a volver a ver a su mamá, que estaba internada muy grave y ella, apenas, la había visto ir la mañana del martes sin saber que esa sería la última que compartiría con su madre.
Me pregunté, entonces, si el cielo existe realmente. Automáticamente, mi respuesta atea es que es un sitio que nos inventaron para esperar por una vida nueva en la tierra cuando llegue el día de la resurrección de la carne.
No sé como explicarlo, pero de golpe quise creer en que el cielo existe para poder contarle, algún día, a Isabel, que su mamá la va a cuidar desde allá lejos, sentadita en una estrella.
También necesité creer que el cielo existe para pensar que, entonces, Nadia dejó de sufrir y se reunió con su papá y su abuela, a quienes ella amó y su partida la desencajó.
Son los días en los que ser religioso te acaricia un poco el alma, porque si depositamos en la voluntad de Dios lo inexplicable y doloroso de la muerte, estaremos menos mal. A los que no creemos, nos pasa que buscamos motivos terrenales contra los que no podemos luchar, porque ya está, ya pasó, qué podés hacer ahora.
Si pensás que Dios quiso eso, pensás que la persona está en un lugar mejor y queseyó cuanta cosa que hace que el dolor se reduzca al más allá y en el más acá todo se hace más ligero.
Nunca hay una receta que te ayude a transitar la muerte de una manera no traumática. El famoso “estoy preparada” no es tan así, porque cuando llega el momento, a la hora de los bifes, es imposible no caer en la pregunta que no tiene respuesta: “¿Y ahora cómo sigo?”
No es fácil para un adulto, y estimo que tener que explicarle a una niña que pide ver “un ratitito” a su mamá, decirle que eso no va a ser posible, debe de ser una de las peores tareas, más difíciles que los trabajos de Hércules.
Por momentos desearía no querer saber si el cielo existe o no. Por momentos quiero que exista y así pensar, como quien cree en los Reyes Magos, que allá están mis amigas y mi abuela y que un día que no se cuál será, las voy a ir a visitar.

27 de abril de 2015

Voto (des)calificado



La llegada del Pro a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad en 2007 nos trajo a los porteños varios dolores de cabeza.

No voy a hablar, en este momento, de la gestión amarilla de nuestra ciudad, eso prefiero dejárselo a quienes poseen información y estadística para hacer la debida valoración del caso.

De 2007 a esta parte, los porteños nos vemos sometidos a la frase “voten bien” y a un cuestionamiento constante sobre los ganadores del distrito más importante, mal que nos pese, del país.

Ta cual leí a un periodista en twitter, descalificar al Pro como partido es de una ignorancia muy severa, políticamente hablando. Entraron sin mucha expectativa y “se llevaron”, ni más ni menos, la Jefatura de Gobierno de la Ciudad. ¿Cómo no prestar atención al síntoma? Hay que recordar que la gestión anterior, elegida en 2003, tuvo un final infeliz, pocas veces visto en nuestra vida política.

Entre toda la desidia porteña surge alguien que se propone como “nuevo y fresco” y ganó. No, yo no lo voté ni lo votaré.  Pero, evidentemente, muchos lo hicieron. Tal cual lo hicieron  los habitantes de este suelo con nuestra primera mandataria. O lo han hecho en otras provincias con sus respectivos gobernadores.

Pero claro, es muy progre venir a pegarle al porteño porque gana Macri. No se cuestiona, por caso, que Gildo Insfrán siga ganando en Formosa o que los Alperovich sean los duques de Tucumán. Para nada. El problema es la “burguesía porteña”. A Fito Paez, en 2009, le dio un asco tremendo el 47% de los votantes que eligieron al Pro. Mirá vos, Fito.  Contame un poco de Rosario.

Ayer, me hastié de leer en las redes sociales la queja de los no porteños por el avance de Horacio Rodríguez Larreta en las PASO.  HRL me parecerá un personaje muy horrible, ¿pero se preguntaron qué pasa con los intendentes de los partidos del primer cordón del conurbano? ¿Qué pasa con la salud pública que le corresponde proveer a los municipios? ¿Qué pasa con la urbanización de algunas zonas que están a unos pasos del límite con la CABA? Todo bien, no está mal poner el ojo en Buenos Aires, ¿pero  hacen los mismos comentarios sobre los nefastos intendentes?

Veo muy pocas quejas, a nivel general, de lo que pasa en otras jurisdicciones. Y me cansa, seriamente, que nos manden a votar de manera pensante. Puedo chicanear, de pronto, a amigas santafesinas por el resultado de Del Sel, ¿pero qué tal si hago un análisis más profundo y veo qué es lo que pasa en esa  sociedad para que “la Tota”  pueda alcanzar la gobernación de su provincia?

La respuesta de los sectores “progres” es la descalificación: Son todos unos giles, votan a cualquiera. No se respeta uno de los ejercicios más conocidos de la democracia que es el voto. Por el momento, es obligatorio –quisiera yo que no lo fuera- y cada uno es libre de meter en el sobre la boleta que le plazca. Pero, para algunos, no es asi. Hay que votar bien. Aun no sé qué es votar bien.  Las elecciones que hice desde 2005 a esta parte me decepcionaron luego. Voté convencida a cada uno y me defraudaron.  Pasé por casi todo el arco de izquierda a centro-izquierda y me han decepcionado. Infiero, entonces, que voté mal. Lo más cercano a votar bien que se me viene a la cabeza es hacerlo con una convicción. La que sea. Pero una. En mis parámetros, meter cualquier boleta para salir del paso no está bien, ¿pero puedo juzgar a quien lo hace?

Los resultados por Comuna muestran que la famosa “clase media del espanto y el horror” no fue la que más aportó votos al Pro. ¡Caramba! El sur de la Ciudad hace 2 elecciones muestra una fuerte inclinación por el partido de las banderitas y globos (perdón Luca).  ¿Y qué vamos a decir de ellos? Vamos a seguir analizando, desde nuestra paternalista y alfabetizada posición, que lo que ellos hicieron está mal en lugar de analizar qué pasa en ese sector, olvidado por todas las gestiones, que apuesta a un cambio que, se supone, llegó hace 8 años y no se ve.

¿Cuál es el objetivo de descalificar el voto? Ninguno. O, tal vez, si haya un objetivo: desatender los verdaderos motivos de fondo y sentarse a patalear y decir “No me votan porque son todos tontos” en lugar de preguntarse si el tonto no es el que niega lo que parte del electorado dice los días de comicios.

17 de abril de 2015

La incomodidad de ser mujer



A diario resurgen comentarios sobre el acoso callejero. Si bien algunas posturas me resultan radicalizadas al respecto, realmente, no puedo no estar de acuerdo con cada acción que se hace para hacer un llamado de atención a nuestra sociedad.
El acoso callejero nos atañe a hombres y mujeres por igual y no por una cuestión de género: no sólo somos mujeres víctimas sino, también, somos mujeres formadoras de hombres a quienes debemos educar en el respeto. Lo mismo, somos mujeres que debemos luchar para “corregir” el hábito de nuestros pares y no reírnos de comentarios misóginos o denigrantes o ser partícipes de ellos.
Plantear la situación del género femenino a nivel país es un poco ridículo porque no es menos cierto que el AMBA tiene una dinámica muy diferente a la del NOA, el NEA o la Patagonia. Las mujeres, en Argentina, no somos todas iguales y depende del sitio del que provengamos, la situación cambia.
Pero lo que no cambia es el desesperante asunto de recibir improperios cuando caminamos por la calle.
Digo desesperante, porque desde que empezamos a tener más marcados los caracteres propios del sexo antes, incluso, de la primera menstruación, comenzamos a recibir comentarios que, en nuestra pequeña mente, siquiera podemos dibujar o entender de qué se trata.
Más o menos, desde los 12 años que me dicen cosas por la calle. Y siempre, siempre, me sentí incómoda. Por entonces, ya parecía que mi busto iba a ser de mayor tamaño al de otras chicas, con lo cual, el comentario pasaba por ahí. Pero, físicamente, era una niña. Física y mentalmente, claro. 12 años… ¿qué necesidad tiene un tipo que duplica o triplica tu edad de decirte algo? Ninguna. Es, simplemente, hacerte sentir incómoda. Porque a esa edad, no sabés qué es la cosificación, la violencia de género, el acoso. A menos que lo hayas transitado, claro.
Cuando tendría unos 14 años, en la esquina de mi casa de Mar de Ajó, comenzaron a construir unos dúplex. Pasaba por ahí todos los días porque iba a la escuela, a visitar a una amiga, al centro…era la esquina de mi casa, ¡bah!. Pasó que uno de los obreros tomó la costumbre de decirme cosas que no me gustaban, ni me causaban gracia: me intimidaban. Pasaba en remera, polera, burka de haber sido posible. Me enfermaba. A veces, cuando no tenía ganas de escucharlo, alargaba el camino saliendo por la esquina contraria, dando la vuelta manzana y caminaba por la paralela. Era insostenible la situación y, un día, agobiada, le conté a mis padres. Enloquecieron, claro. Sólo recuerdo un día en el centro en el que íbamos los 3 por la calle y ese sujeto se paseaba con una mujer que llevaba un cochecito. Mi papá, que mide 1.87 y pesaría unos 100kg, se le abalanzó al tipo quien, lógicamente, me trató de fabuladora y se excusó de todo. Mi papá no le tocó un pelo, aclaro, pero lo increpó en pleno centro. Para quien vive en un pueblo, algo así es no menos vergonzoso. No pareció serlo para ese cretino que se calmó por un tiempo. Después, me decía que llamara a mi papá y cosas así. La obra quedó parada un tiempo y se “terminó” el asunto.
Pero resulta que no. No se había terminado. Años más tarde la empresa retomó la obra y la nueva víctima fue mi hermana 6 años menor. Otra vez, comenzó el martirio. Para entonces, a mi mamá se le terminó la paciencia y fue a decirle que ya basta de molestar a sus hijas. El hombre se burló de ella. Más cansada, mi mamá habló con el dueño de la empresa que no sólo no le dio cabida, sino que relativizó todo. Agotadas esas instancias, hizo la denuncia policial. Qué podía ofrecer, entonces, la policía? Una exposición civil. Al no existir un daño ni una amenaza específica, todo se volvió en vano, porque con ese trámite no se hacía nada. Fue un poco más largo todo, sí. Pero No menos molesto para las 3 mujeres de la familia. Cada tanto, cuando viajo, lo veo por la calle y me dan ganas de denigrarlo de la misma forma que él lo hizo más de 15 años atrás conmigo. Pero ya está, no tiene sentido en este momento.
Actualmente, me la paso cruzando de calle cada vez que veo una obra y eso no evita que me digan barbaridades. De cualquier índole. Con cualquier ropa. Me causa “gracia” cuando alguien supone que, si te vestís más llamativa, te exponés a una violación. Sinceramente…no sabe la gente que dice eso que estás expuesta desde que nacés, por tener genitales femeninos, a que te pase.  De niña, cuando no hay forma posible de insinuación, cuando sos adulta y no te “insinuás”, paseándote desnuda o vestida hasta la coronilla, siempre te llevás un agravio. No me molesta que me digan si estoy linda o que me digan algo “bonito”. Es el tono, la forma, el lugar, la hora, la incomodidad de saber que siempre habrá uno que tenga algo que decir. O mirar. Porque no sólo se trata del comentario sino de la mirada. Hace una semana, ingresando a la oficina, una persona salía y me miró fijamente el busto y murmuró algo. Ya no me callo y les digo que son asquerosos o desubicados o insulto. Qué más da, si me siento insultada con esa actitud. Que vengan y se quejen con mi jefe, si quieren, no me interesa.
No me siento abusada por ver una foto de Maradona agarrándole fuerte las tetas a su novia. Es asunto de ellos y ellos deciden hacerlo público. Me siento abusada cuando alguien me dice que me haría tal o cual cosa o me “invita” a hacerle algo. Pero me siento, a su vez, en el deber de decirle a hombres y mujeres que si nosotros no somos activos defensores del respeto hacia el otro, hacia la mujer, en este caso, no es posible evitar que sigan creciendo niños que crean que decirle a una persona un improperio los hará “más machos”. Macho, dicen, es quien sabe cuidar y amar a los suyos.