En febrero me di cuenta de que mis anteojos me estaban
molestando. Hace más de 20 años uso por la miopía que a veces me aqueja y la
pizca de astigmatismo que es incómoda para fijar la vista. No es gran cosa, no
soy Mr. Magoo pero paso muchas horas leyendo o frente a una pantalla y bueno,
los necesito y con las dioptrías correspondientes. “Seguro necesito bifocales”,
sentencié y me saqué un turno con la oftalmóloga para marzo. Alrededor del 25,
tenía que asistir a la consulta para resolver este asunto. Nunca llegué porque
se decretó el aislamiento social obligatorio y los centros de salud, un poco
para frenar la pandemia y otro poco para prepararse, abocaron toda su actividad
a urgencias o al tratamiento del corona virus. Pucha.
No importa, me saco otro turno para abril. Cercano a la
fecha, otro mail de la clínica me informa que me cancelaban por motivos de
sanidad y etc etc. Pero la pucha.
Pensando que alguno de nuestros gobernantes entendería que
casi cualquier atención en salud es esencial y con espíritu positivo, me saqué
otro turno que era para este jueves. Adivinen: puchas por 3.
Es muy difícil escribir estas líneas sin tomar partido, sin
enojarme, sin hacerme carne y sin preocuparme. A mí y a más de 40 millones de
personas nos dijeron que están cuidando nuestra vida. Discúlpenme, además de
que he aprendido a cuidarme sola, me están descuidando a mí y no sé si a los 40
y pico de millones, pero seguro que a 20 sí.
Estar vivos no es algo que le debamos a ningún mandatario.
No se lo debemos ni a gobernadores ni a presidentes ni a ministros. De acuerdo
a lo que crea cada uno, estamos vivos gracias a alguna divinidad o a la ciencia
o a la naturaleza, pero los esfuerzos por mantenerse sano y en pie, en estos
momentos, empiezan a ser cada vez más grandes. En lo que van de estos dos
largos meses, suspendí turnos médicos que son de controles periódicos y que
hablan de cuan cuidadosa soy con mi cuerpo. Así como yo, muchísimas personas
también y, por si poco fuera, estamos a la deriva.
Estamos a la deriva los pacientes crónicos que no podemos
hacer visitas con nuestros médicos de cabecera, que nos toman la presión, nos
pesan, nos palpan, nos auscultan, nos semblantean, nos miran a los ojos y nos
ajustan las clavijas o, simplemente, nos escuchan las nanas de vivir toda la
vida con algunas enfermedades no muy simpáticas pero bueno, es lo que tocó. En
la categoría de pacientes crónicos, puedo enumerar a las patologías más grandes
y más populosas y a las más raras, pero no todo se soluciona tomando una
medicación y, mucho menos, con una consulta a distancia.
La medicina es un arte, una disciplina, un modo de trabajar
que requiere del cuerpo a cuerpo, básicamente, porque aun habiendo muchísima
tecnología, no se desarrolló algo que pueda reemplazar a la soberanía de la
clínica. Y menos mal.
Al principio de este encierro, escuchamos hablar a los
epidemiólogos pero, por algún motivo, han vuelto a sus sarcófagos y no se los
vio más. Entonces, sacaron a relucir a algunos infectólogos que, probablemente,
sean muy buenos en lo suyo pero muy malos en el resto.
Hace muchos años, una profesora especialista en medicina
transfusional nos dijo: “los médicos somos cachitólogos”. La torda tenía razón
en ese entonces y sus palabras, en este momento, cobran más fuerza que nunca.
Hablan desde el ranchito que les toca cuidar, olvidando que el cuerpo humano es
un rancherío enorme y que cuando uno se cae, se vienen todos en banda.
No paro de ver galenos infundiendo pánico. Insisten con que
nos quedemos en nuestras casas para que no nos mate el Covid. Disculpeme,
eminencia, pero charlemos de epidemiología un poco. Si, qué irreverente, no soy
más que una alumna con expectativas pero charlemos. Desde ya, usted está
cobrando un sueldo y gran parte de las personas que lo están escuchando no, tenga
un poco de respeto.
Nos dijeron que teníamos que quedarnos en casa para preparar
al sistema de salud ante un potencial estallido viral y una inminente
saturación y a todos nos pareció razonable porque vivimos en Argentina,
entonces hicimos caso y bueno, es un esfuerzo, todo esto pasará. Pero cada
quince días se renueva la desilusión y empieza a volverse una paradoja lo del
cuidar el sistema de salud y la vida. ¿Nosotros los enfermos tenemos que cuidar
al sistema de salud? ¿O el sistema de salud está para cuidarnos a nosotros? No,
claro, los sanos deben. Bueno…¿pero acaso los sanos no están enfermando?
Esto tiene tantas aristas que espero no empantanarme y deseo
que me puedan seguir. Los medios de comunicación hablan el 80% del día del
corona virus. Notas y notas enteras, con cronistas en la calle, buscando porqué
la gente sale, porqué esto, porqué el otro. Loas a los mandatarios que insisten
en un encierro sin un plan más que mantenernos encerrados y bueno, es lo que
hay. Se habla de la economía que se cae a pedazos, pero ¿cómo vas a ponderar la
economía por sobre la vida?. Salen médicos
reforzando los mensajes de pánico y locura. Hasta hace dos meses, la discusión
era que la palabra del médico no tenía casi valor y, de golpe, pululan por los
paneles mediáticos, un montón de personas que sólo comunican el mensaje
oficial, sin hablar de temas vitales como la cantidad de personas que quedamos
pedaleando en el aire con todos nuestros tratamientos porque un decreto que se impuso
por sobre la Constitución, dice que nos quedemos en casa. “No, bueno, pero hay
teleconsultas”. I beg you pardon? “bueno, pero los centros de salud siguen
funcionando”…si y no. Funcionan para lo mínimo e indispensable. Y en este caso,
es bien válido preguntar ¿No es lo mínimo e indispensable una persona que llega
a una consulta con un bloqueo de rama de 3er grado que cuando es derivado a la
consulta con el cardiólogo se topa que no están atendiendo? (Nota: es un cuadro
que debe ser tratado a la brevedad porque sí, es cuestión de vida o muerte)
¿Qué es lo mínimo e indispensable en salud?
El año pasado fallecieron 35 mil personas por neumonía y
gripe. Hace años las vacunas son obligatorias y gratuitas para los grupos más
vulnerables y toda esa gente se murió. Más los miles de fallecidos por
enfermedad cardiovascular. Y vale aclarar: las enfermedades cardiovasculares
pueden ser primarias o secundarias a otra enfermedad, es decir, consecuencia de
otra, como la diabetes. ¿Saben, acaso, cuál es la tasa de obesidad? ¿Y la
cantidad de hipertensos? Para un montón de pacientes, no poder realizar
actividad física ni asistir al médico es un retroceso en su tratamiento. Sin
embargo, nos dicen que nos están cuidando mientras leo que hay pacientes
oncológicos a la espera de autorizaciones de radio o quimioterapia, pacientes
con patologías neurológicas que no reciben rehabilitación porque no todos los
profesionales están habilitados o no pueden ir a domicilio o no los paga el
servicio de salud, pacientes que no pueden realizarse estudios de control y
seguimiento de patologías ya detectadas, cirugías suspendidas, gente que teme
ir a un centro de salud por miedo al contagio (gracias por la misofobia que
crearon, genios), obras sociales y prepagas que aprovechan la volada para
reducir prestaciones, sanatorios que pagan menos sueldo al personal, personal
que –siendo “esencial”- no obtiene el permiso de la app de control que
instauraron…y por si poco fuera, ¡pucha! lo hacen enojar al presidente cuando
le preguntan por la gente angustiada que no cobra un peso hace 69 días.
Esto va para los infectovedettes y para el presidente
enojado: ¿Saben ustedes como van a aumentar las tasas de morbilidad asociadas
al encierro y al desempleo? Y si no lo saben, voy a refritar algo que ya dije.
El encierro sin horizonte cercano nos enfrenta con nuestra
psiquis. Suponiendo que estamos en una casa confortable, con todos los
servicios y hasta cobrando un sueldo, la incertidumbre es la madre de la
angustia. La angustia se manifiesta de maneras diferentes. Es una pata de
elefante que te pisa el pecho y te quita el aire. Pero dejemos a un lado la
angustia: también aparecen la depresión, los ataques de pánico, el estrés, los
suicidios, los trastornos de la alimentación, el aumento de consumo de
sustancias tóxicas, de psicofármacos. En lo que a salud mental respecta, habría
que abrir un nuevo tomo de DSM destinado a las consecuencias que traera el encierro
este. Y supongamos que uno no cae en ningún diagnóstico de estos, pero
trabajamos en casa, lugar que no estaba destinado para lo laboral. Hicimos,
como pudimos, un rincón a donde asentar una computadora o Tablet. Nuestra columna,
agradecida. Y nuestras extremidades, también. Nos entumecemos un poco, nos
levantamos, cocinamos algo bien pesado y seguimos trabajando. Bueno, a vos no
te va tan mal, gordito…o quizá te empiece a ir mal por el sedentarismo, el
sobrepeso que avanza…y de nuevo te bajonéas, estás encerrado y no podés
ventilarte. Y te fumás uno, dos o tres puchos. Pero no seas trolo, man, ¿Cómo te
vas a angustiar? ¿No ves que te están cuidando?
Y no, no veo nada porque llevo un rato largo frente a la
computadora y no me pude hacer anteojos nuevos.
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